Hoy,
si los cálculos son correctos, cumplo treinta años, y he de confesar
que no he conseguido nada de aquello que dicen que uno tiene que haber
forjado antes de entrar en la cuarta década. No tengo coche, no tengo
casa, no dispongo de un empleo asalariado y, por lo tanto, no tengo
mucho dinero, sólo algunos ahorros gracias a lo que he podido rascarle a
la vida con aquello de hacer canciones. No tengo
tampoco pareja, y por supuesto, no tengo hijos. El suelo que piso cada
día es de arena pura, inconsistente y movediza. Estoy sujeto a la más
absoluta y difusa de las incertidumbres.
Creo que, al menos de momento, gozo de buena salud y claro, he compuesto un buen puñado de canciones, quizás más de doscientas, aunque de muchas ya ni siquiera me acuerdo. Pero estas no son cosas que se exijan a mi edad. Lo de la salud es eludible si uno tiene un buen coche, y lo de las canciones… bueno, es bonito quizás, pero si a estas alturas uno no ha conseguido aún “ganarse la vida” con ello, se considera un fracaso y poco más, un entrañable intento por desmarcarse del cuadro convencional.
Personalmente, no sé lo que es el fracaso ni comprendo tampoco el éxito. Para que se den tales cuestiones tienen que existir propósitos, ya sean los que uno mismo se inventa o los que la sociedad impone. Y hay que creérselos, por supuesto. Pero no vayan a pensar que yo vivo sin propósito alguno, es prácticamente inevitable proponerse objetivos. Lo que procuro, aunque a veces no me sea posible, es poner tales propósitos en el lugar que corresponde, lejos de la esencia que nos constituye, lejos del alma. Quizás por eso, dirán algunos, es por lo que fracaso, pero si hay algo que etiquetaría como fracaso sería, por encima de todo, el olvidarse de uno mismo y alejarse de la consciencia de lo que uno significa en el mundo, distanciarse tristemente por la asunción de una serie de roles impuestos, que en el fondo no son más que un juego pasajero.
Sí, claro que de vez en cuando anhelo ciertas cosas. La fuerza no acompaña todos los días con la misma intensidad, y a veces es completamente inexistente. La soledad es lo que más ahoga, es de las cosas más insoportables. Muchas de las cosas que no tengo ahora, alguna vez las tuve, y gocé de cariño y de algunas comodidades, pero cierta energía insólita e intensa me arrastró a dejarlo todo. Anduve un tiempo vagabundeando por ahí, luego aprendí a hacer equilibrismo sobre la línea que separa lo salvaje de lo esencialmente burgués. De vez en cuando tengo esa lúgubre sensación de que la vida conspira en contra de quien intenta saltarse sus pautas, pero acierto pronto a entender que estoy siendo profundamente vanidoso.
No me entiendan mal, me distancio cuanto puedo, por pura precaución, de enaltecer mis deseos, pero eso no quiere decir que rechace lo que la experiencia me ofrece. Estoy abierto a todo lo que pueda llegar.
Soñaba últimamente con comprar un pequeño terreno, construir en él una yurta, una de esas viviendas que levantaban los pueblos nómadas de Asia. Y retirarme ahí con mi guitarra para seguir componiendo canciones. Quizás con suerte, el destino me ofreciera compañía humana, y a lo mejor así tendría con quien compartir los tomates del huerto que rodearía mi hogar. Tal vez, con el tiempo, haría también un jardín y en él, de vez en cuando, daría conciertos al atardecer para todas aquellas personas que quisieran acercarse. Y si no hubiera quien, cantaría para mí y, por supuesto, para los pájaros.
Pero ¿Sabéis qué? No es necesario que se cumplan nuestros sueños, basta únicamente con soñarlos. Las expectativas rara vez se ven satisfechas en la realidad, y lo que creíamos que era una buena idea suele tornarse en algo inconsistente y vacío cuando lo exportamos al plano material. La mayoría de las veces vivimos lo que deseamos vivir cuando estamos soñando con ello y no tanto cuando aparentemente se cumple. Es por eso que trato de aprender a despojarme de la necesidad de esperar a que mis sueños se cumplan, no me importa tanto si se cumplen o no, me interesa por encima de todo aprender a soñarlos con toda la intensidad, como si estuvieran aquí, como si no fueran sueños, y a la par, trato de vivir lo que sucede cuando sucede sin entender que se trata de la consecución de un sueño, porque la comparación anula la fuerza real de la experiencia, porque no existe nada comparable a la esencia de la realidad.
Tengo treinta años y no tengo nada, pero así nací, sin nada. Y así he visto que muere la gente, sin nada, tanto los que tienen mucho como los que no. Lo único que poseo es mi cuerpo y hasta él terminará pudriéndose, lo único que poseo es mi tiempo e incluso él se desvanecerá. Somos efímeros pasajeros, somos simples turistas, nada más, por eso es bueno decidir si uno viaja para hacerse la foto o si está viajando para viajar.
Creo que, al menos de momento, gozo de buena salud y claro, he compuesto un buen puñado de canciones, quizás más de doscientas, aunque de muchas ya ni siquiera me acuerdo. Pero estas no son cosas que se exijan a mi edad. Lo de la salud es eludible si uno tiene un buen coche, y lo de las canciones… bueno, es bonito quizás, pero si a estas alturas uno no ha conseguido aún “ganarse la vida” con ello, se considera un fracaso y poco más, un entrañable intento por desmarcarse del cuadro convencional.
Personalmente, no sé lo que es el fracaso ni comprendo tampoco el éxito. Para que se den tales cuestiones tienen que existir propósitos, ya sean los que uno mismo se inventa o los que la sociedad impone. Y hay que creérselos, por supuesto. Pero no vayan a pensar que yo vivo sin propósito alguno, es prácticamente inevitable proponerse objetivos. Lo que procuro, aunque a veces no me sea posible, es poner tales propósitos en el lugar que corresponde, lejos de la esencia que nos constituye, lejos del alma. Quizás por eso, dirán algunos, es por lo que fracaso, pero si hay algo que etiquetaría como fracaso sería, por encima de todo, el olvidarse de uno mismo y alejarse de la consciencia de lo que uno significa en el mundo, distanciarse tristemente por la asunción de una serie de roles impuestos, que en el fondo no son más que un juego pasajero.
Sí, claro que de vez en cuando anhelo ciertas cosas. La fuerza no acompaña todos los días con la misma intensidad, y a veces es completamente inexistente. La soledad es lo que más ahoga, es de las cosas más insoportables. Muchas de las cosas que no tengo ahora, alguna vez las tuve, y gocé de cariño y de algunas comodidades, pero cierta energía insólita e intensa me arrastró a dejarlo todo. Anduve un tiempo vagabundeando por ahí, luego aprendí a hacer equilibrismo sobre la línea que separa lo salvaje de lo esencialmente burgués. De vez en cuando tengo esa lúgubre sensación de que la vida conspira en contra de quien intenta saltarse sus pautas, pero acierto pronto a entender que estoy siendo profundamente vanidoso.
No me entiendan mal, me distancio cuanto puedo, por pura precaución, de enaltecer mis deseos, pero eso no quiere decir que rechace lo que la experiencia me ofrece. Estoy abierto a todo lo que pueda llegar.
Soñaba últimamente con comprar un pequeño terreno, construir en él una yurta, una de esas viviendas que levantaban los pueblos nómadas de Asia. Y retirarme ahí con mi guitarra para seguir componiendo canciones. Quizás con suerte, el destino me ofreciera compañía humana, y a lo mejor así tendría con quien compartir los tomates del huerto que rodearía mi hogar. Tal vez, con el tiempo, haría también un jardín y en él, de vez en cuando, daría conciertos al atardecer para todas aquellas personas que quisieran acercarse. Y si no hubiera quien, cantaría para mí y, por supuesto, para los pájaros.
Pero ¿Sabéis qué? No es necesario que se cumplan nuestros sueños, basta únicamente con soñarlos. Las expectativas rara vez se ven satisfechas en la realidad, y lo que creíamos que era una buena idea suele tornarse en algo inconsistente y vacío cuando lo exportamos al plano material. La mayoría de las veces vivimos lo que deseamos vivir cuando estamos soñando con ello y no tanto cuando aparentemente se cumple. Es por eso que trato de aprender a despojarme de la necesidad de esperar a que mis sueños se cumplan, no me importa tanto si se cumplen o no, me interesa por encima de todo aprender a soñarlos con toda la intensidad, como si estuvieran aquí, como si no fueran sueños, y a la par, trato de vivir lo que sucede cuando sucede sin entender que se trata de la consecución de un sueño, porque la comparación anula la fuerza real de la experiencia, porque no existe nada comparable a la esencia de la realidad.
Tengo treinta años y no tengo nada, pero así nací, sin nada. Y así he visto que muere la gente, sin nada, tanto los que tienen mucho como los que no. Lo único que poseo es mi cuerpo y hasta él terminará pudriéndose, lo único que poseo es mi tiempo e incluso él se desvanecerá. Somos efímeros pasajeros, somos simples turistas, nada más, por eso es bueno decidir si uno viaja para hacerse la foto o si está viajando para viajar.