Observo mi propio desorden, la confusión que de vez en cuando me invade,
y recojo mis creencias, las achico un poco, luego las estiro. También
las expando como inflaría un globo y si me canso las suelto y espero a
que algún niño las explote con su mirada. Observo mi propia danza, trato
de verificar si está motivada por alguna quimera, por alguna utopía, y
en ese caso, descanso. Algunos a esta pausa la llamarían revolución, es
una especie de muerte sutil, pero es apenas perceptible.
Si la utopía no es ahora, no la quiero. Mi danza no es un sueño, es una
danza, la vida no se puede vivir esperando a ser vivida, la única
revolución es aprender a vivir la vida que se está viviendo. Así que
tras la pausa comienzo a bailar de nuevo, y esta vez el baile tiene como
cometido bailar. Sólo saben llorar quienes comprenden esto, quienes
observan. Mis ojos son negros.
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