sábado, 28 de diciembre de 2019

La hoguera

Aparté los muebles que ocupaban el escueto espacio de mi cráneo, anduve barriendo los huecos oscuros que siempre se colman de polvo. Después no sabía de qué mejor forma podría volver a instalarlos, pues había además un par de ellos repletos de ideas, absurdos panfletos raídos que ya no me incumben. Así que después de pensarlo un instante agarré con firmeza un martillo y me vi sacudiendo los viejos cajones, las sillas, las mesas, los altos armarios, las estanterías viciadas del peso de tantos trofeos, de tantos fracasos, inerte materia rendida para siempre a la carcoma. 
Cuando hubo un buen cúmulo intacto de astillas, prendí un par de inútiles páginas de algún pensamiento y pude observar como ardía enseguida la estancia completa.  
Sentí mi cabeza atestada de humo, se hacía imposible pensar nada en claro, así que marché de mi mismo y dejé las ventanas abiertas, me dispuse a esperar varios días con cierta esperanza. El mundo se me hizo algo hostil aquel tiempo, andar sin cabeza no es algo que agrade a la gente y no es bueno tampoco mostrarse en exceso, ya que hay quien se asusta y le tapa los ojos corriendo a su niño. Por eso tomé la feliz decisión de largarme al desierto, a un inmenso paraje poblado de dunas gigantes que nada albergaban, tan sólo un silencio impecable y la más absoluta y excelsa de todas las soledades.
Pronto determiné que debía acercarme de nuevo a observar si se había esfumado por fin todo el humo, y así era sin duda. Las finas ventanas seguían abiertas y ya no salía el olor ni siquiera de aquel estropicio. Podía, no obstante, notar un aroma distinto, algo así como a barro y a viento, como a hierba y a lluvia. Corrí sin demora a adentrarme de nuevo en mi cráneo y me vi de repente en un bosque perfecto, un espacio cubierto de vida, de cálidos ríos y nobles montañas.
Aún no sé como pudo nacer todo aquello, pero lo que fuera un minúsculo espacio era ahora un extenso paraje sin límite alguno. Jamás me propuse de nuevo amueblar mi cabeza, si acaso estar loco era aquello, lo estaba. Ya nada importaba. Volvía a ser niño de nuevo.

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