¿Qué miedo ha de llegar si perdiera mi casa cuando mi hogar es mi cuerpo? ¿Qué pavor he de tener a que los pocos bienes ahorrados que poseo desaparecieran? Nada de aquello que una vez creí necesitar, forma parte de lo que realmente necesito ¿Qué pánico sobreviene ante los avatares del tiempo a quien alberga la absoluta comprensión de que la experiencia de la vida en este globo es breve y pasajera?
No he de condenarme a la esclavitud, sólo la ley inquebrantable de la naturaleza puede manejar sus escenarios y, por tanto, modificar mi interpretación. Tomé la decisión de quitarme las máscaras, actúo desnudo ante el pueblo dejando al descubierto mi barba desaliñada.
La posibilidad de ser condenado por optar por expresarse como el corazón dicta, no enfrenta al individuo con la capacidad y el talento de vivir en paz, sino todo lo contrario. No es la paz para el ejecutivo frenético que anhela escalar en la ficción de las jerarquías. No es la paz, es evidente, para el constreñido competidor que persigue el puesto más alto en un podio ilusorio, obviando que en el último escalón está la muerte. Olvidando además que la muerte, es un regalo compartido, una tarta colosal que encaja en la cara de todos. No importa quien sea quien parta y reparta, hay sin duda un buen trozo también para el pastelero.
Por eso intuyo que he venido aquí a apostarlo todo, a vagar sin rumbo establecido, a caminar serenamente hasta que sienta el dolor en mis pies. Y entonces, quizás entonces, sentarme en alguna roca y observar las nubes que se disgregan en el horizonte, mientras el mar se acerca impasible con su violento oleaje para llevarme consigo.
martes, 26 de octubre de 2021
Vagar
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