miércoles, 25 de enero de 2023

Breve retrato de una mujer nube

Tan amplio es el cielo que de poco o nada sirve invertir las horas en dar con la nube que suscita estas palabras, no acontece nunca ante el afán obsesivo por hallarla, se revela fortuita sobre todo ante quienes van mirando el suelo. Si se muestra, se percibe que es aquella de inmediato, aunque sea la primera vez que uno la observa, ya que consta de una volatilidad inimitable. Como cualquier otra nube, cambia de forma a cada instante y así, del mismo modo, sus pensamientos varían, sus emociones se estiran y acicalan el inconmovible azul celeste, la bóveda monocroma de los corazones obtusos. Se alía en ocasiones con la fuerza de la luz crepuscular y ofrece un espectáculo de tonos que no existen, de tintes que no entiende el ojo humano. Tiene además un ejército de dedos que acarician el cosmos, y cuando el universo duerme, se escucha una cuerda telúrica vibrando en el abismo de su ensueño. Tal es su hechizo que hay ineptos insufribles que desean contener su danza en un tarro de cristal, con el fin de contemplar su movimiento eternamente, pero ¿Cómo se almacena la belleza de lo que es bello por pasajero? ¿Cómo se guarda el color de una luz que nunca emite el mismo tono? ¿Cómo se aprecia con la misma forma, en el mismo lugar, sin baile, lo que es precioso porque nunca es lo mismo? Abrazan la locura quienes tratan de prensar el infinito, quienes creen que las mujeres nube pueden acaso ajustarse a sus angostadas hormas. No queda más que sentarse y asumir que el horizonte absorberá las estructuras, y ella, destruyendo su contorno, cómplice del viento, se irá, regalando la oportunidad al alma humana de aprender lo que una nube representa, de entender que toda contención es una triste fantasía de aquellos que aún residen en las sombras.

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