El hedor de la felicidad que dimana del roce de los egos en movimiento, las sonrisas de plástico, los cabellos relucientes, las camisas planchadas, la compra y la venta de gestos impostados, de cejas oblicuas y guiños seductores ¿Danzo yo en esta humareda de reflejos luminosos, en esta olimpiada de fatuos desodorantes? Recuerdo nacer de una grieta en medio de la urbe, de una brecha repulsiva colmada de latas vacías de cerveza y orina seca, insólita ranura de la que mágicamente, resquebrajando el cemento, brota el principio de una ramita de malva. Recuerdo arrastrarme entre la fealdad y las grasas saturadas de los monederos procesados, sentenciados a la escasez exponencial y… Recuerdo, sin duda, la rabia, las lágrimas, el odio, la impotencia que empujó a mis vísceras a esputar gritos, exigiendo una especie de utopía venidera, un dios misericordioso que de un sólo gesto pervirtiera el orden imperante. Mas aquellos torrentes sanguíneos tocaron remansos de calma donde olvidaron la furia de su movimiento, y la efervescencia terminó evaporando todo rastro de ira, de tal modo que acepté el abrazo del planeta.
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