domingo, 14 de noviembre de 2021

Oquedad

 Advierto un instante en mi camino, un punto en la imaginaria línea temporal de mis pasos, en el que no importa ya tanto la oquedad, y en el que incluso se sorprende uno buscando el vacío, reconociendo tal espacio como el único paraje donde puede hallarse el descanso. Algo palpita en el eje confuso de la soledad, una ausencia total de miedo, una carencia absoluta de cualquier tipo de necesidad psicológica. El anhelo se diluye en las aguas cenagosas de la consciencia, colmadas de imágenes, poco importa la guapeza o la fealdad, el ingenio o la torpeza, la razón o incluso la locura, pues nada se espera del mundo circundante, no se precisa ningún tipo de palmada en la espalda, no es un requisito indispensable la compañía ni el reconocimiento. Así que allí, en el oscuro pasillo ininteligible de las concavidades humanas, encuentro un desierto sin arena al que a veces me atrevo a llamar hogar. Pero cuando pierdo la noción de mí mismo, y permanezco en ese insólito espacio demasiado tiempo, comienzo a percibir una corriente que agita con fuerza mi cuerpo, una presión vibratoria que trata de empujarme a comprender que la vida es un regalo breve, y que no está de más abrazarla, que toda existencia, que todo ser, cumple su papel, concatenado además con el devenir de todos y cada uno de los demás seres. Entonces me levanto de mi fuliginosa nube, y empiezo a darme cuenta de que no existo, de que Sergio es un producto directo de la imaginación de Sergio, y que la imaginación de Sergio es a la vez un producto de un cerebro alojado en el cráneo de un ser de carne y hueso, que juega a imaginar y a creerse que tiene que ser algo más que un organismo sucediendo. Descubro pues que el hecho de suceder es más que el todo, es más que todo lo que creía que era el todo. Descubro que el suceder no es todo porque tal concepto no incluye la inexistencia, y el ocurrir, el acontecer, aglutina tanto al ser como a su antítesis. Por tanto, dejo de percibirme y miro mis manos, las observo por primera vez, las observo por última vez, y olvido de nuevo que no existo, y vuelvo a creer que sé quien soy, y que ya conozco mis manos.

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