miércoles, 24 de noviembre de 2021

Horas, minutos, segundos.

 Cierto día nos sentamos delante de los años pasados, para ver si por casualidad tienen algún tipo de sentido. Cuando asumimos que no, puede que nos cercioremos de que tampoco guardan significado los venideros, y entonces miramos con algo de picardía los crónicos propósitos que nacen cada año, y nos reímos quizá de la poca importancia que tiene ya para nosotros su naturaleza, así como su consecución o su olvido. No es que hayamos aprendido a vivir con la certeza de que estamos completos, de que no necesitamos nada más que lo que nos acompaña de fábrica. En realidad no sabemos si eso es del todo verdad, y por mucho que queramos creerlo, en la práctica estamos siempre haciendo las mismas estupideces que los que piensan que se están construyendo a sí mismos. La cuestión es, independientemente de si estamos o no estamos completos, que sabemos que todo lo que hacemos no sirve para nada, y eso… asimilado sin drama, después de abandonar el triste análisis acerca del tedio y abrazando con gusto el reconocimiento del hecho en sí (no de la teoría, sino del hecho), invita a quedarse mirando la pelusa que baila en el suelo, que recoge pelos extraviados en un océano de calcetines. Invita a quedarse así... sin más, mirando, hora tras hora, mientras los remordimientos por los minutos que se escapan del reloj, ven reducido su castillo de tiempo a simple ceniza en cuestión de segundos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario