miércoles, 6 de octubre de 2021

Que no me hunda

Mi cabeza asoma sola en medio del mar, y ya no lucho contra la oscilación del agua. Noto su fuerza arrastrando mi cuerpo inerte hacia la tierra, pero no hay ninguna playa donde entiendan mi latido, por eso termino siempre de nuevo en medio del profundo océano. Me cansé de nadar, de tratar ingenuo de ser comprendido. Puede que queden algunos que aún piensen que no me he rendido, y que no entiendan bien porqué, pero me he rendido tantas veces… Me he rendido hasta del acto de rendirme. Por eso puede parecer que sigo nadando, pero tan sólo yazco inmóvil, manejado por la corriente.
Observo el horizonte, línea a la que no se puede llegar, pero que sin embargo existe. Entre tanto, los tiburones nadan bajo mis pies, no guardan apenas interés en mí, hay demasiados peces despistados que calman su apetito. Observo los eternos kilómetros que el ancho mar despliega alrededor de mi tímida cabeza, tan tremenda vastedad me obliga a abandonar la búsqueda, me separa de la espera, me invita a asumir el vacío como la única forma de estar.
Me pregunto por instantes cómo es posible que siga flotando, cómo consigo mantenerme en la superficie, y luego recuerdo que todavía está la guitarra a mi lado, que aunque ya su madera se encuentre podrida y las cuerdas rotas y oxidadas, aún se sostiene sobre el agua y permite, de vez en cuando, que no me hunda.

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