viernes, 22 de octubre de 2021

Granada

 Se apoyaba en la baranda de la terraza, y en sus ojos como en un charco se repetía el esplendor de la Alhambra. El gato a veces nos miraba, fascinado tal vez por los rizos de la noche. Luego, inesperadamente, sonaban las campanas de la iglesia de la Plaza del Salvador. El silencio era el único olor de la madrugada, con el matiz de alguna sombra extraviada que vagaba sonámbula por la cuesta del Chapiz, donde la pobre Loli se torció de una caída su flácido brazo.
Se apoyaba en la baranda de la terraza, y arqueaba peligrosamente su espalda. El enfoque de su mirada comenzaba a tomar forma, a estructurarse desde la base de la confianza, como si de alguna forma creyera saberlo todo sobre mí, paradójicamente en un instante en el que ni yo mismo hubiera podido saber quien era.
Luego pasó a ser un sueño, y dentro del sueño dejó de ser. Observé la muerte, que sólo existe desde la memoria de que lo muerto no estuvo muerto antes, y hago tal aclaración porque pude ver también la inexistencia, que es una cosa hondamente distinta. De lo inexistente, al contrario de lo que ocurre con la muerte, no hay consciencia alguna. Lo curioso fue descubrir que aún estando muerta seguía sintiendo amor por ella, no por la imagen del recuerdo de lo que fue en vida, sino por ella, completamente por ella. Y más curioso aún fue descubrir que, también por encima de su posible inexistencia, es decir, de su no-ser, seguía sintiendo amor. Pero de alguna forma, no sólo por ella, también por mí, a pesar de la posibilidad de mi inexistencia o de mi muerte. Después, ese amor conducido, perdió la capacidad de optar por cualquier tipo de dirección, y empezó a envolverlo todo, hasta el punto de ser lo único. Ya no era una sustancia que pudiera manejar desde mis decisiones, ya no formaba parte de mis anhelos particulares, estaba dentro de mí y a la vez estaba fuera, así como dentro también de todos los seres. Pude ver que el mundo era un cúmulo de apariencias interpretadas, una fuente de imágenes, una minúscula parte de la infinitud del amor, “el Es”, lo que está siendo, que es lo único que existe y, por tanto, lo único realmente perpetuo. Lo único que estaba ahí, nada más abarcaba en sí la inexistencia.

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