No es que usemos la poesía porque no sepamos expresarnos, no es tampoco
porque no seamos capaces de encontrar las palabras para poder explicar
lo que sentimos. Es porque lo que sentimos no tiene palabras, y sólo
las palabras que construyen poesía, edificando metáforas, trayendo
imágenes difusas pero bien comprendidas por nuestro subconsciente,
pueden acercarse levemente a la complejidad de los sentimientos que
necesitamos compartir.
Se nos reprocha a veces que no hablamos claro,
que nada se entiende de lo que escribimos, que nos vamos por las ramas o
que decimos lo primero que se nos ocurre. Son reproches de aquellos que
leen con la intención de recrearse en su intelecto, sólo persiguen el
triunfo de la comprensión, quieren colgarse la medalla de la
inteligencia suprema, de la gran capacidad de análisis, del
procesamiento veloz. Pero la poesía no se escribe para las computadoras,
se escribe para las personas con alma y las personas con alma están
cansadas de esos discursos que escupen verdades indiscutibles y
argumentos irrefutables, porque después de tanta elocuencia, de tanta
retórica, de tanta oratoria, verborrea y desparpajo, el corazón sigue
vacío, sin aire, ahogado en una espesa niebla de juicios, criterios y
críticas que se sustentan en el mismo esquema lógico e inalterable de
cada día, un esquema que sólo se rompe con la poesía. Un esquema
destruido por la voz profunda y digna de la sangre de los vivos.
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