Te quiero, te digo, perdido, mirando tu ombligo. Y te ríes, te enfrías,
quizá desconfías. Lo sabes, te callas, no quieres amar tan temprano,
aunque no haya otra cosa distinta que te haya surgido en el último beso
que me has regalado. Lo sabes, callarte te ofrece el sillón de la
gloria, el control periférico intacto y estable de las emociones, te
sientes triunfante, elefante, gigante, dominas, o al menos lo crees, mis
latidos. A mí no me importa, lo gozo, me gusta el infierno,
caer en el pozo si es lo que se advierte, me gusta lamer la oquedad
tormentosa y oscura que a veces nos trae la existencia, aprendí a
enamorarme también del dolor, de la sangre, del mal, del perder, del
caer, de estar sólo y ser triste. Me trae tu silencio arrogancia, me
huele tu aliento a soberbia, y vuelvo a decir que te amo, no miento, te
tengo sin ropa en mi cuerpo y derrito mi fuerza salvaje en el vientre
candente que posas mojado en el mío. Te asustas, me miras, te crees que
estoy loco y observo tu miedo a perder el control, así que te vas, te
levantas, te ves preocupante, te crees que me pierdo en alguna emoción
Bécqueriana, no importa, da igual, que más da, no me entiendes, lo sé,
te sonrío, eres libre. Me quedo abrazado a mí mismo, yo solo, en mi
cama, me sobra, me quiero, me amo y por eso te amaba, quería ofrecer una
parte de mí, compartir, comunismo afectivo quizá, pasional anarquía,
otro día será, volverás, es así, te has largado con una maleta cargada
de dudas.
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