No quiero indignarme porque es un
acto que ya no importa. No quiero llorar porque no me consuela ni sirve para
nada. No quiero tampoco escribir ningún texto, ninguna palabra, porque no
quiero medallas ni aplausos ni agravios, pero, por desgracia, es de lo poco que
así, espontáneamente, me pide el cuerpo, me sale hacer, necesito.
No tengo mucho en mis manos, por
no decir nada, pero no hago lo que puedo, hago quizás lo que me viene bien, lo
que no me roba comodidad alguna, que es exactamente lo que hace la mayoría.
Pero no, no voy a justificarme, eso lo dejo quizás para otro texto porque sí,
porque existe cierta justificación aunque, eso sí, con argumentos de poco peso,
reales, sinceros, pero de poco peso.
En parte quiero hablar de la
historia, o de la guerra, que es la historia de los seres humanos, o al menos,
la historia que se ve fácilmente, a simple vista. Luego hay otras historias,
esas que para encontrarlas hay que cavar bien a fondo, pero la de la guerra… esa
está ahí, presente, siempre presente. Lanzas, espadas, cuchillos, pistolas, tanques,
aviones, cañones, ametralladoras, bombas, brazos, piernas, cabezas, niños,
ultrajes, fuego, miseria, vergüenza, impotencia, dolor, sufrimiento, agonía, tristeza,
desesperación, hambre y sed y un silencio que grita, un silencio que ahoga.
Se repite la misma imagen siempre
en aquel escenario, una mujer corre ensangrentada con la tripa hinchada y el
brazo entumecido a causa del peso de aquel hijo que lleva encima, sobre su
cabeza resbalan dólares teñidos de sangre y tropieza constantemente con las
grietas de una mano ciclópea que espera el tacto de las monedas. El tintineo
viaja imperturbable por los cuadros de una corbata de cuero humano y llega
hasta la sonrisa de un psicópata que envía aún más armas y soldados tras la
mujer extasiada y perdida. Ríos de petróleo nacen de las plantas de los pies de
la fugitiva, deja un rastro inevitable y mientras tanto, automóviles llenos de
combustible acortan la distancia que recorren y alargan el camino de la joven
desnutrida. Sus pechos son estériles pellejos, la boca de su hijo es el embudo
que absorbe la luz eléctrica y el agua de los hogares europeos. La carne de sus
piernas se ha perdido en el consumo diario de millones de animales y sólo puede
verse la piel seca pegada al hueso, sus músculos yacen en los frigoríficos
occidentales. Pero ella corre, quiere escapar, llegar a una tierra sin guerra,
sin hambre, quiere amanecer en otro planeta y hacer de su historia la historia
de otra mujer, una a la que no vea, de la que pueda apenarse mientras deja
todas las luces de su casa encendidas, se ducha dos o tres veces al día con el
agua ardiendo, mueve su automóvil para no caminar hasta el bar de la esquina y
cena hamburguesas de lunes a domingo. Quiere ser quien escribe aquel texto de
indignación sobre la miseria y el sufrimiento de los seres humanos mientras se
toma un gin-tonic, quiere ser quien escribe y denuncia mientras escucha un
disco de los Beatles, no quiere seguir siendo la carne de cañón, el petróleo,
el gas, el oro, la mano de obra barata, la exiliada, la inmigrante, la pobre…
Es necesario escribir, denunciar,
debatir, hablar. Es necesario abrazar, tender la mano, ayudar. Es necesario exigir
la verdad, la justicia, la paz, la libertad. Es indispensable moverse, pensar,
actuar, decidir. Pero por favor, y tengamos esto muy en cuenta, lo más
importante, lo absolutamente esencial e indispensable, lo único que hace que
todo lo demás merezca la pena, tenga cierta lógica y adquiera algún tipo de
significado es que nos planteemos seriamente disminuir o, a ser posible,
eliminar nuestra hipocresía, nuestro afán por mentirnos a nosotros mismos y aquella
costumbre de olvidarnos de nuestra responsabilidad humana y/o política. Hagamos
un esfuerzo por discernir nuestra contribución al sufrimiento y por sincerarnos
con nosotros mismos, de lo contrario, todo lo que escupimos en nuestros grandes
discursos, en nuestros largos debates de cafetería o en las aburridas
controversias de las redes, no sirve para casi nada, quizá para sentirnos un
poquito mejor dentro de nuestra pequeña burbuja inconsciente e hipócrita, pero
para nada más.
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