martes, 15 de septiembre de 2015

El bien más preciado

Hay vacíos más profundos que el hambre, que se ahondan tras las despedidas y que vienen acompañados de una certeza absoluta en el hecho de que nunca se van a llenar. Y no se van a llenar porque son vacíos únicos, provenientes de la pérdida de una persona original, separada radicalmente de lo clónico, una persona que añade al clima un toque distintivo porque lleva, en una especie de aura invisible, su propio ambiente inalterable.
Personas tales tienen más poder que el tiempo, van un paso por delante de su propio destino y juegan a cambiarlo cuando placen. Personas tales son en la vida lo que el pulso en la progresión de una melodía infinita, lo que el brillo en la hojarasca a la primera luz del día.
Solemos envidiar su afán, su valentía, su ingenuidad, su decisión, pero lo que más envidiamos es la singularidad, la rareza, la excepción que acompaña a su naturaleza.
Hay lugares que uno deja de frecuentar, canciones que uno aparta de sus días, olores que uno puede evitar e incluso palabras que uno llega a desdeñar por el abisal vacío que acompaña a la ausencia de dichas personas.
Pero hay algo mucho más importante que aquellos vacíos que engendran, algo más puro, algo más necesario y alentador. Todas esas personas son libres, las cadenas de sus mentes están oxidadas y no pueden aguantar la fuerza con que el ansia por vivir empuja, así que se desquebrajan y todos, seamos de la condición que seamos, aprendemos una valiosa lección: La libertad es el bien más preciado.

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