viernes, 18 de septiembre de 2015

El orden indivdual

¡Ojalá existiera el karma! Me digo de vez en cuando, imploro de rato en rato, sueño… con más o menos frecuencia ¡Pero no! realmente prefiero que nos ocupemos nosotros mismos de nuestros dilemas. Al fin y al cabo se agradece que el bien y el mal sean asuntos complicados y ambiguos. El ser humano habría intentado ya de hace tiempo exterminar cualquier justicia divina porque en el fondo queremos ser nosotros mismos quienes dictemos nuestras propias normas, por eso las religiones desde el segundo en que nacen están condenadas a desaparecer en algún punto de su existencia. Porque las leyes cambian, la perspectiva de la realidad se transforma y lo que un día fue para todos una norma absoluta e inquebrantable pasa a ser tras los siglos un yugo sin fundamento.
Finalmente, todas las realidades vitales están relacionadas y coexisten de tal modo que se enredan y se encuentran, dando una serie de resultados muy complicados de prever. No me cuesta entender, sin necesidad de analizar ni estudiar, que la coherencia interna y la “integridad” personal proporcionan un beneficioso equilibrio que suele traducirse en una sana interrelación con el ambiente y los seres humanos que nos rodean. No hablo del bien como aquel compendio de dogmas universales y relativamente compartidos (ya que ese bien es esencialmente efímero y más o menos imaginario), intento hablar del bien como aquella realidad personal que uno mismo establece para sí, como aquella necesidad vital que solemos llamar “principios”.
Podría tratar de fundamentar teóricamente la necesidad humana por llevar una vida congruente con las convicciones individuales, podría intentar analizar dicha cuestión de una manera intelectual, no creo que fuera una tarea imposible aunque probablemente se convertiría en un trabajo complicado por lo aburrido. No es mi intención continuar por esa vía, no puedo descartar que caiga por momentos en ella, pero me esforzaré por ofrecer un fundamento más o menos alejado de la racionalidad o, por lo menos, alejarme tanto como las limitaciones de la lengua me permitan.
La naturaleza se basa en el orden perfecto, un orden dentro de un caos que sólo existe en apariencia, ese caos es el resultado de una visión antropocéntrica de la realidad (Aunque la perfección también es cosa nuestra, pero de alguna forma tenemos que entendernos). No sabemos de donde vienen las sensaciones, las emociones primigenias, las corazonadas, somos algo así como esclavos del misterio, pero… tampoco quiero irme por los derroteros de la fe, porque tendría que hacer hipótesis e inventarme algún que otro sistema filosófico o religioso. La cuestión es que la congruencia, la relación lógica o el orden interno, provienen de una sensación que termina creando una necesidad, la necesidad de vivir en base a nuestra idea de lo que es el bien. Quien rechaza sus propios esquemas, sus sistemas subconscientes de creencias, es decir, su verdadera personalidad, vive, irremediablemente, dentro del desorden absoluto y eso ofrece unos resultados determinados en la práctica de su vida, en su día a día. Obviamente, esas consecuencias no pueden ser positivas. Esto es, paradójicamente, lo que algunos interpretan como “karma”, no se trata de justicia divina, no se trata de un castigo ni de una recompensa después de la violación o de la obediencia ejercida ante unas leyes absolutas que indican cual es el bien y cual es el mal, se interpreta más bien como una realidad inevitable que vive en la naturaleza de nuestra conciencia y deriva en unas consecuencias o en otras dependiendo de la congruencia con la que actuemos respecto a nuestra personalidad o a nuestros principios internos.
A pesar de todo, prefiero evitar las etiquetas ante los efectos del comportamiento humano, porque nos gusta fantasear demasiado y aquellos que alimentan su ego a base de imposiciones, no tardan en obligarnos a guardar pleitesía frente a una idea, una hipótesis o un dios.
Creo que seguir escribiendo acerca de la necesidad de la coherencia, acerca de porqué nos beneficia tener el propósito de hacer nuestro bien, no me concierne realmente, porque todos más o menos entendemos el porqué, lo entendemos en esencia desde las sensaciones y los sentimientos, no desde la racionalidad. Eso quizás nos lleve a imaginar motivos trascendentales, pero puede que sea más práctico describir algún día algunos de aquellos beneficios que se perciben en nuestra cotidianeidad para, aunque no haya un fundamento claro, creamos aún más fervientemente en nuestros propios principios y hagamos caso a nuestra conciencia antes que a las leyes divinas que algunos se inventan y tratan de aplicar.

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