sábado, 29 de marzo de 2014

Palabras al día XXVII: El equinoccio (29/03/2014)

Desde hace dos o tres días me encuentro sin ganas de nada y justo ayer, hablando con un buen amigo, creí entender el porqué. Resulta que, en cierta medida, es culpa de la primavera, pero, obviamente, algo de culpa tendré yo, pues si la primavera me afecta negativamente, será en parte porque yo se lo permito. De todas formas, la primavera es una entrometida ¿Por qué demonios tengo ahora que dedicarme a luchar contra ella? Bueno, no quiero ser egoísta, ya sé que esta estación para los alérgicos es una batalla mucho más dura que la mía, pero por favor, dejadme que me queje, es lo único que esta realidad me permite ahora mismo.
Entonces… ¿Nos afecta la primavera? Bueno, para empezar, nos afecta todo. La primavera, el verano, el otoño, el invierno, la lluvia, el fuego, las sonrisas, los insultos, las mierdas de los perros en la acera, los muelles del colchón, las almohadas demasiado estrechas o demasiado anchas, los semáforos que duran demasiado tiempo en rojo… Pero sí, muchas cosas se pueden evitar o, al menos, se pueden controlar y se les puede denegar el acceso al cubículo de nuestras emociones. La primavera entra sin avisar, se mete ahí como un gato despiadado y comienza a arañarlo todo y a desordenar todos esos pensamientos que tanto te habían costado digerir y colocar. Luego vienen tus allegados y te provocan con sus buenas y sanas palabras, les contestas con una mirada turbia e ingrata, te obligan a reconocer que hoy no estás en tus cabales y enfureces aún más por ello. Por la noche, cuando está a punto de llegar la calma del sueño, te das cuenta de que todo sigue igual porque hasta dentro de tu inconsciencia se ha colado el equinoccio, te revuelves en la cama como un cocodrilo hambriento y sueñas con una manta que te estrangula y que no te deja escapar, te tambaleas para caer de la cama y así despertar con el golpe que recibas contra el suelo, pero te das cuenta de que no puedes apenas moverte, sólo un grito flojo escapa de tu garganta, pero nadie puede oírte ¡Ayuda! Nadie puede oírte y cuando la situación alcanza un grado preocupante para tus sentidos, despiertas fatigado y confuso hasta que te acuerdas del maldito equinoccio y ruegas que esta estación parasitaria deje de absorberte el cerebro.

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