jueves, 27 de marzo de 2014

Palabras al día XXV: Felicidad, Karma y esas cosas (27/03/2014)

Hay un estado de felicidad que la gran mayoría de las personas desconocemos, que conste que me incluyo. En ese estado pocas posibilidades hay de que el entorno y las cosas que suceden consigan deformar la sonrisa interna. Sé de lo que estoy hablando porque lo he vivido en algunas ocasiones, bastante efímeras, pero creo que existe un estado permanente. Es parecido a lo que llamamos felicidad, aunque más potente, o quizás sea la pura y verdadera felicidad. Es algo que muy pocas personas experimentan, sólo algunas tienen el gran privilegio de mantener vivo ese estado durante todo su tiempo consciente.
También está la felicidad convencional, por llamarla de alguna manera, esa que tiene principio y fin, esa que se debe a algún acontecimiento que nos satisface. Es mucho más fácil encontrar este tipo de felicidad, ya que es hermana del placer y nadie me negará que el placer es algo que se encuentra por doquier hoy día dentro de nuestra sociedad. También puede llegar esa felicidad por otras vías u otros medios, puede llegar incluso cuando no la estamos buscando.
Bueno, hablo de todo esto porque me interesa hoy introducirme en un tema que hace unos años me rondaba demasiado la mente, y es que, intenté en su día escribir un largo y tedioso texto que describiese cómo los “malos” actos de un individuo al cabo del tiempo repercuten en él mismo, es decir, que quería construir mi propia teoría acerca del famoso karma, pero a medida que iba escribiendo me iba dando cuenta de que no estaba para nada de acuerdo conmigo mismo, de que no me creía nada de aquello que estaba relatando, así que eliminé el texto por completo cuando llevaba varias páginas y estaba a punto de acabarlo.
Aprendí, gracias a la pretensión de explicarme a mí mismo el Karma, que las personas sádicas y despiadadas disfrutan con el sufrimiento ajeno, maltratar a los demás les aporta placer y les hace felices y, además, no van a pagar necesariamente por sus actos malévolos, de hecho, es posible que llegue el día de su muerte y que no se haya manifestado ni un minúsculo índice de castigo divino y que, para colmo, hayan vivido sus días siendo completamente dichosas, ricas y poderosas. Y, sin embargo, es también muy probable que una “buena persona” termine sus días habiendo pasado infinitud de calamidades toda su vida.
La felicidad convencional, la que perseguimos empedernidos aún sabiendo que tiene un carácter momentáneo, se manifiesta tanto en las personas honradas y humildes como en las perversas y deleznables. No existen leyes divinas ni jueces celestiales. Pero atención, creo que si que existe un aspecto que puede que beneficie a las personas de “buen corazón” frente a sus “adversarios malévolos” y es el hecho de que, en mi opinión, las primeras están mucho más cerca de adoptar ese estado de felicidad imperecedero del que hablaba al comienzo de este texto, mientras que las segundas no tienen casi ninguna posibilidad de alcanzarlo. Es cierto que nada le garantiza al bondadoso que vaya a llegar a ese estado de felicidad “absoluta”, puede que muera teniéndolo en la punta de los dedos, lo cual es algo que no ayuda para que el malévolo decida cambiar, pero debe ser agobiante ser consciente de que existe un estado de placidez y que no se tienen posibilidades de atraparlo porque el tipo de comportamiento que se pone en práctica lo impide ¿Qué? ¿Qué de dónde me he sacado este disparate? Bueno, simplemente es algo que siento, para ti seguramente sea sólo mi opinión, para mí es un hecho porque a pequeña escala he experimentado ese estado de calma y sonrisa imborrable, y no ha venido precisamente por el camino de mi egoísmo, mi avaricia o mi maleficencia, ha venido cuando he sido amable, cuando he prestado mi ayuda y cuando he meditado para hacer de mi corazón un micro-mundo de cariño, respeto, solidaridad y amor. Sé que hay un potencial dentro de nosotros que no sabemos ver, no lo valoramos porque tenemos demasiadas trabas mentales, y sé que ese potencial vive alrededor de los antónimos del odio.

3 comentarios:

  1. "...Es cierto que nada le garantiza al bondadoso que vaya a llegar a ese estado de felicidad “absoluta”, puede que muera teniéndolo en la punta de los dedos..."
    ¿Y no es eso más frustrante? :(

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    1. Paradoxus Luporum28 de marzo de 2014, 9:17

      Es frustrante cuando quien es "bueno" lo es porque busca esa "recompensa", pero si uno es bueno porque es así y no guarda expectativas respecto a sus actos, uno no se frustra. Lo que está claro es que quien intenta ser bueno para conseguir algo, realmente no es bueno ¿no?

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  2. En mi caso creo que me he sumergido varias veces en esa felicidad de la que hablas, hasta el fondo, la he tocado a manos llenas y he conseguido reservas para que me resuene un eco flojito en todo momento en que no está. Y también he aprendido algunas cosas sobre ella.

    A saber, por ejemplo, que está en mí, que es incondicional y no depende de que yo haga las cosas bien, porque si no nunca llegaría.

    Y a la vez, que es incompatible con el inmovilismo tanto interno como externo. Que me exige cosas. O que al menos con ella siempre vienen de frente verdades y es incompatible con la apatía por las demás. Sólo explota cuando me mojo, cuando estoy mojada hasta las trancas del mundo y no me niego verdades ni realidades y acepto mi responsabilidad a la vez que capacidad. Sin fliparme, claro, respetándome más que nunca.

    Que a pesar de ser algo que nace directamente de mi misma lleva un hilo muy fuerte desde y hacia las demás.

    Y que si no la encuentro, el camino es a la inversa. Llenarme de lucha y cariño (dentro de mí misma) a pesar de verlo todo tan lejano y perdido me termina devolviendo una tranquilidad y una esperanza brutales. Pero siempre tengo que dar un paso ciego y algo difícil de "esto no merece la pena, es un brindis al sol y no tiene sentido, pero a pesar de ello brindo al sol" y entonces viene. De y con las demás me invade y todo se hace más claro y sencillo. Mientras sigue exigiéndome que esté viva y receptiva para que no me coma la apatía. Que se lo come todo.

    En resumen, creo que la vida es lo contrario a estar quieto. Más te vives, más vida sientes y das. Y también tiene que ver con el dar (ya cada una según valore qué posee). Es el mejor boicot a la propiedad y difumina las líneas impuestas entre una y las demás.

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