Noto en el estómago los males,
como gusanos que se inflan y desinflan en mi estómago. La mayoría de las veces
no me doy cuenta de que están ahí y cuando me doy cuenta, no comprendo porqué
aparecen, pero me hacen sentirme inquieto. Estoy concentrado en mi tarea,
totalmente inmerso en lo que me interesa, trabajando duramente y poniendo toda
mi atención en algo que me parece importante, pero bajo todo mi esfuerzo, bajo
mi atención permanente a lo que hago, hay algo que no desaparece y que me
obliga a desconectar y a suspirar de vez en cuando sin comprender el motivo.
Algo me molesta, algo rompe la
paz, algo me aleja de los sentimientos agradables, de la tranquilidad.
Intento observarme por dentro, me
siento y respiro lentamente. Cierro los ojos y me introduzco en mi interior, en
la profundidad de los pensamientos y en la sensación de intemporalidad. Poco a
poco voy discerniendo mis preocupaciones reales de las que no lo son. No me
preocupa el dinero tanto como al sistema económico establecido le gustaría que me
preocupe, tampoco me angustia carecer de trabajo a pesar de que socialmente esté
tan mal visto. Creo que lo que me preocupa es el tiempo, el paso del tiempo
junto con la inactividad, me agobia observar los segundos completando minutos
mientras pienso en la imagen de mi rostro de hace unos años y la imagen de mi
rostro ahora. Imagino también mi rostro en el futuro, mis manos arrugadas, mis
débiles piernas, mi dolor de espalda, mi aburrimiento. Y sigo aquí parado, sin
crear, sin construir, sin moverme. Es una suerte conocer la solución para estos
momentos tan desagradables, aunque también es verdad que aunque conozca el bálsamo,
muchas veces no sé elaborarlo.
Lo único que hago es imaginar que
soy un árbol, un grueso y frondoso roble, el más alto del robledal. No basta
con imaginar el árbol, tienes que sentirte árbol y permanecer concentrado el
tiempo suficiente como para creerlo firmemente. Cuando hayas conseguido
convertirte en árbol, comienza a imaginar que tus raíces absorben enormes
cantidades de agua y que esa agua sube con fuerza por tu tronco y se distribuye
primero por las ramas más gordas, luego las más finas y por último por cada
hoja de tu copa. No dejes de absorber agua e intenta pensar como un árbol, los árboles
no creen en el tiempo, saben que un día perecerán, como todo cuanto les rodea,
pero no comprenden el tiempo y no admiten aquello de que su sabiduría proviene
del paso del tiempo, pues saben que desde que fueron una simple raíz, sabían
todo lo que necesitan saber.
Intenta sentir a las hormigas que
trepan por los caminos que dibuja tu corteza, también siente a los demás
insectos, a las mariquitas que te desparasitan y a las avispas que merodean alrededor
de tus hojas. Siente a las aves que se posan en tus ramas, al petirrojo que ha
expulsado del nido a sus constructores, siente también a la ardilla que escala
rápidamente por tu tronco y que guarda su alimento en tus oquedades. Aprovecha
las ráfagas de viento para modificar lentamente tu posición. Eres un árbol y no
puedes moverte, pero sabes que estás más vivo que gran cantidad de esos animales
que llaman seres humanos. Quizás por envidia vengan un día a matarte con sus
hachas, pues algunas mariposas te han comentado que los humanos están enfermos
de envidia porque no comprenden la felicidad de quien no tiene nada, de quien
carece de posesiones, posiblemente porque no han entendido tampoco que quien no
tiene nada, si sabe vivir, realmente lo tiene todo.
Después de ser árbol, después de
escuchar la voz de los vientos, el dilema de las orugas y la epopeya del búho,
ya no importa tanto el gruñido de los males. Quizás no se hayan marchado, quizás
sigan ahí sujetando tus piernas, pero les has enseñado a respetar tu
territorio. Ahora saben que no lo tienen tan fácil, que no pueden dominarte. Saben
que puedes convertirte en árbol y eso, créeme, les asusta, les espanta, les
aterroriza.
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