Y entonces se encontró perdida en
aquel túnel del que tanto había oído hablar. Preguntó en voz alta si ya le
había llegado la hora, si había muerto por fin. Una voz que le resultaba
familiar le dijo que siguiera la luz, que las respuestas estaban más allá.
Caminó lentamente hasta que pudo ver, al otro lado del haz luminoso, una ciudad
antigua llena de personas estrambóticas que iban de un lado para otro. Se
adentró en aquel lugar y observó a su abuelo acercarse rápidamente. Hacía un
par de años que había fallecido. Ella se sorprendió y no dudó en abrazarle. Él
le devolvió el abrazo, se sentó e invitó a su nieta a sentarse.
-Parece que has llegado aquí
demasiado pronto –comentó el abuelo. ¿Cómo ha ocurrido?
-Bueno… La verdad es que ha sido
muy extraño –comenzó a explicar. Estaba pasando las vacaciones en Guatemala con
un par de amigas, nos dirigíamos en coche hacia el aeropuerto para regresar a
Argentina y de pronto apareció un grupo de hombres con pistolas y
ametralladoras. Escuché algunos disparos y creo que también oí como se
destrozaba la luna de nuestro coche. Después abrí los ojos y me vi en el túnel.
-Ya… entiendo –expuso el abuelo
con una sonrisa. Imagino que estarás deseosa de saber donde nos hayamos y de
resolver todas las dudas que te están surgiendo. Yo no puedo ayudarte con eso,
pero sé lo que debes hacer. Tienes que buscar al Ente de las respuestas. ¡Toma!
–exclamó el anciano ofreciéndole a su nieta una tarjeta en la que figuraba una
dirección y algunas indicaciones para llegar. Dirígete a la morada de las
preguntas, allá podrás pedir cita para que te atienda el Ente de las
respuestas. Si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
-Pero… -dijo ella quedándose con la
duda en la boca.
Se sentía bien, no tenía miedo y
todo aquello le parecía mágico. A veces venía un olor a bizcocho recién hecho,
otras veces a leña ardiendo. Todas las personas que había por la ciudad se
saludaban y se sonreían. Había multitud de niños correteando. El cielo estaba
anaranjado, el clima era cálido. Se escuchaba a los pájaros cantar y a los
músicos ambulantes tocar sus instrumentos, además, lo hacían con una felicidad
envidiable y todos cuantos pasaban al lado, arrojaban un puñado de monedas y
les daban las gracias por sus maravillosas melodías.
Después de no mucho caminar, se encontró
con la morada de las preguntas. No había puerta alguna, únicamente un arco de
medio punto. Se adentró al lugar y una especie de recepcionista le preguntó:
-¿Qué desea?
-Bueno verá –comenzó a explicar.
He venido hasta aquí porque me lo ha indicado mi abuelo, pues dice que para
resolver mis dudas, tengo que encontrarme con el Ente de las respuestas, y, tal
como me ha comentado, este es el lugar donde se pide cita ¿Verdad?
-¿Es aquí? –preguntó el
recepcionista.
-No lo sé, usted debería saberlo.
-¿Debería? ¿Yo? ¿Por qué?
-Bueno, usted me ha recibido,
usted se encontraba aquí dentro, si usted no sabe nada ¿Quién puede saberlo?
–Preguntó un poco nerviosa.
-¿Quién puede saberlo? –repitió
el recepcionista. ¿Le importaría esperar unos segundos?
-No, esperaré, no hay problema.
El recepcionista se marchó por
uno de los arcos que cercaban el patio donde se encontraban. A los pocos
minutos regresó y preguntó a la joven:
-¿Haría el favor de acompañarme?
Ella asintió y siguió los pasos
del recepcionista. Llegaron a una oficina que carecía de paredes, pero que, sin
embargo, estaba rodeada de una intensa luz blanquecina. Detrás de un escritorio
de aspecto antiguo, se encontraba sentada una sombra de tal modo que le daba la
espalda a quien pudiera recibir.
El recepcionista le preguntó a la
sombra:
-¿Es ella quién usted me ha
pedido que le acerque?
-Sí –respondió la sombra.
-¿Es este el lugar al que usted
deseaba llegar? –Preguntó el recepcionista a la joven.
-No lo sé –contestó ella. ¿Esa
sombra es el Ente de las respuestas?
-¿Es el ente de las respuestas?
–repitió el recepcionista.
-Así me llaman a veces –contestó
la sombra.
La voz de la sombra era una voz
femenina y a la joven le resultaba muy familiar.
El recepcionista se marchó del
lugar y la sombra pidió a la joven que se acercase y que tomara asiento. La
sombra le daba la espalda y ella no podía ver su rostro. Poco después comenzaron
las preguntas.
-¿Dónde estoy? ¿En el cielo?
-Eso depende de lo que quieras
creer y de cómo quieras llamar a lo que crees.
-De acuerdo… ¿Estoy muerta?
-Estás viva, más viva de lo que
nunca antes habías estado.
-Mi abuelo entonces… ¿Tampoco
está muerto?
-Tu abuelo murió, al menos para
ti, pero él, el que no es tu abuelo pero que si que es él mismo, está vivo.
-No lo entiendo, ¡he estado con
él antes!
- No, no has estado con él, has
estado con tu abuelo.
-Ya… ¿Podría decirme qué sentido
tiene la vida humana en el planeta tierra? ¿Por qué pasamos un período de
tiempo allá para luego acabar resolviendo dudas con una sombra que no nos deja
claro dónde nos encontramos ni si estamos muertos o vivos?
- La vida humana es la vida, la
muerte no existe, la sombra sólo responde tus propias respuestas –Terminó el
Ente de decir esto y se dio la vuelta bruscamente. El rostro que la joven pudo
observar en la sombra era el suyo, la sombra era ella misma, era un reflejo de
sí misma.
- ¡Porque la sombra eres tú! –finalizó
exclamando lo que ya no se sabía si era la sombra o era la joven.
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