jueves, 9 de febrero de 2023

Paradigmas antagónicos

 Desde hace tiempo rozo la superficie de lo que anhelo lanzar al mundo, no con mi cuerpo y mi camino, que entregan totalmente lo que son y extienden su particular energía, sino con la palabra. La lengua no me deja esparcir sobre la mesa del mundo el color de mi sangre. Y a ratos percibo que ya no me acuerdo de cómo se le hablaba al ser humano, de cuáles eran las pautas léxicas para hacerse comprender, de cómo funciona la lógica gramatical. Pero lejos de rendirme advierto que por muy elocuente que pueda percibirse un mensaje, jamás consigue convertirse en un anuncio convincente, porque no ha de ser a través del lenguaje que abracemos la totalidad. La realidad no puede ser entendida, cuando se entiende, ya no es ella.
La confusión persiste porque coexisten todavía ciertos paradigmas antagónicos, maneras de percibir y afrontar lo observado que no tienen apenas puntos en común. Desde el paradigma clásico se acentúa la percepción en la naturaleza aparentemente dual de las cosas, se analiza lo visible desde la comparativa, y en cada pieza de la estructura que nos compone, se aprecian múltiples diferencias. Mientras que desde otras perspectivas, tal dualidad es superflua y toda separación pertenece a un plano ilusorio, la comparativa sólo aporta cierta comodidad práctica, es una mera herramienta que no tiene relación con lo esencial.
Dirigirse al mundo desde una percepción paradigmática hacia otra, a priori carece de funcionalidad. De hecho, el propio lenguaje pertenece a la apreciación comparativa del mundo, nace del pensamiento simbólico. De ahí que me resulte imposible expresar lo que me abraza y que sólo consiga rozar sutilmente la piel de su olor. Aún así, me guste o no, no puedo dejar de intentarlo.

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