sábado, 1 de enero de 2022

Tradición

 Descubro, en este monólogo que emerge en mi cerebro, ciertas contradicciones, y en el afán de resolver el conflicto, hallo diminutos brotes de luz que salpican el campo de mi pensamiento. Para abrazar la libertad, si de verdad se quiere, si no se trata meramente de un juego pasajero, de la exposición de una imagen temeraria de uno mismo por el placer de cambiar de máscara; para abrazar, digo, la libertad, razono que es una obviedad que uno no puede poseer imagen alguna de sí mismo. Si estamos de acuerdo en eso, lo estamos también en que la tradición, la familia (no por los lazos biológicos, sino por los psicológicos), las costumbres, la cultura, las raíces, todo lo que a uno le han dicho que le constituye y uno ha decidido insertar en su bagaje imaginario; todo eso, es un factor que estructura el condicionamiento y, por lo tanto es la causa, o una de las causas, de la ausencia de libertad. No me refiero a la existencia en sí de estas fantasías colectivas, de estos consensos sociales en torno a ciertas ilusiones, pues su existencia puede simplemente fluir como un juego, como cualquier otro asunto ficticio que utilizamos para entretenernos pero que permanece en la virtualidad y no edifica la base de lo que creemos ser; me refiero, concretamente, al aferramiento hacia estas estructuras que no forman parte del entorno fáctico, al hecho de creer con firmeza que dichas estructuras son tan sólidas como el suelo que pisamos, y al hecho de eludir cualquier cuestionamiento ante dicha creencia.
Se nace, en este insólito universo, en esta realidad inabarcable, con un cuerpo masculino o femenino, pero no como hombre ni como mujer, pues tales etiquetas son ideas, forman parte de la gran ficción colectiva sostenida y perpetuada por la tradición y la cultura. No se es hombre ni mujer, no se tiene nacionalidad alguna, no hay un lazo invisible e inquebrantable hacia la patria ni hacia los progenitores, ni siquiera hacia el idioma. De la asimilación completa de esta cuestión, nace la libertad, y desde la libertad, uno puede relacionarse honestamente con el mundo, con cualquier otro ser humano, venga de donde venga, sea quien quiera creer que es. Ya que uno se considera a sí mismo exactamente igual que el otro, ausente por completo de cualquier diferencia fundamental o psicológica.

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