miércoles, 3 de noviembre de 2021

El gato

 Me entretengo en el ahogado estertor de la noche, poso mi cara fría en el cuello opaco de la madrugada e imagino derroteros lisérgicos, donde la duda se disipa ante la pérdida de importancia de lo que aparenta ser falso o verdadero. Y un gato atraviesa la puerta de tus ojos y conquista la cama, donde la llama que vive enfrente de nuestros ombligos, arropada entre el abrazo de nuestros cuerpos cóncavos, danza vehemente para extender un nuevo universo sobre el vacío.
Estamos aquí para un rato, tímido gato, no se nos ofreció el don de las siete vidas, aunque intuyo que desconoces tus múltiples oportunidades y experimentas así cada viaje como si fuera el único. Podría ser que lo mismo ocurra en nuestro caso, y que un ser al cual no entendemos insistiera en informarnos de nuestras diversas posibilidades.
¡Qué brusco es el viento! ¡Con qué capricho cambia de una dirección a otra! Mi precaria balsa de náufrago se angosta y se expande como un estómago doliente, pierde sus sólidos maderos amarrados por las ramas inflexibles de mis idealizaciones, y en el horizonte queda aquella cada vez más alejada Ítaca, de la que sale una humareda negra porque quizás, sus calles de polvo y arena estén ardiendo, diluyéndose a través de las hediondas alcantarillas de mi imaginación.
Este mar no tiene agua, sólo cuerpos humanos desnudos, amontonados, individuos que nacieron con el don de conformar una unidad, pero cierran insensatos sus ojos y dedican su paso al constante griterío, a la reclamación de una identidad definitiva. Y mi balsa precaria está encallada, en este mar de cuerpos despojados. Ítaca no existe, Penélope me mira desde el fondo, sonríe y manifiesta sutilmente “Cuando quieras”, y el gato no se aleja de su sombra, y muere siete veces en un día, y siete veces nace cada día.

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