domingo, 15 de marzo de 2020

Reflexión número 2

En aquel campo de flores hacía tiempo que ya no crecía casi nada, era una triste ironía seguir llamándolo campo de flores. Las pocas que quedaban parecían tener memoria y conocer bien lo que ocurrió con sus predecesoras, por eso crecían tímidas, casi escondidas, casi sin ganas.
Mas, de repente, algo insólito empezó a fraguarse en el ambiente. No notaban ya el agudo peso del zapato imprudente, no sentían el ignífugo aroma a podredumbre del hollín sobre sus pétalos ni la imparable algarabía de la celeridad humana. De pronto aparentemente, podían dejarse crecer y avisar a la tierra para que sin miedo pariera a unas cuantas hermanas. Y así sucedió felizmente de hecho, y en dos o tres días no daba ninguna vergüenza decir que aquel sitio era un campo de flores, aunque irónicamente, no había delante alma alguna que pudiera expresarlo.
Y creed que enseguida una abeja observó el panorama, y creed que llegó con un buen colectivo a libar todo aquello. Y crecieron más flores, y caía más agua del cielo, y la tierra otra vez concretaba sus ciclos.
Y un buen día acabó aquella ausencia inusitada del género humano. Pero las flores del campo no se vieron sorprendidas, siempre pensaron que las rígidas suelas de los zapatos regresarían. Aunque ingenuas, creyeron que por fin los humanos, al oler su fragancia, al notar aquel aire tan puro y tan nuevo, detendrían su afán por pisar neciamente sus tallos.
Pocos días después del regreso del mono inteligente, aquel campo de flores paso de inmediato a ser un barrizal, un solar sin aliento, un inhóspito trozo de muerte. Y llegó con su espléndida moto un apuesto galán, machacó con sus ruedas los exoesqueletos de las pocas abejas que habían podido aguantar por allí hasta el declive, se bajó de su máquina inerte aplastando un puñado de flores y afirmó, sin mirar realmente el entorno: “Qué hermoso este campo de flores, qué poco apreciaba este bello lugar antes del aislamiento, me alegra sentir que soy libre y que puedo observar, desde un nuevo prisma, lo que el mundo regala”.

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