“No se acordaban ya de lo que era el aburrimiento, desacostumbrados al
peso de las paredes apretando sus cráneos. No recordaban ya la asfixia,
la obligatoriedad de encontrarse en silencio y cara a cara con su propia
ansiedad. Redujeron su vida a un puñado de inútiles estímulos y cuando
aquellos se les negaron, cuando se les escaparon, cuando no hubo de
pronto ni una fresca cerveza ni un mísero partido de fútbol, cuando no
hubo de pronto ni una insípida
conversación superficial, tuvieron que vérselas con su frenético
pensamiento. Procuraron evitarlo con tímidos remedios, pero no existió
forma de paliar su sentimiento de vacuidad. La soledad era demasiado
aplastante, demasiado profunda, demasiado callada. La inactividad rompía
perpendicularmente con la estructura mental que sostenía la creencia de
que sus vidas tenían algún tipo de sentido. Y eso que innumerables
veces se les llenó la boca de quejas, de críticas sobre la terrible
maquinaria que suponía la rueda imparable de la producción y el consumo.
Pero ahora empezaban a entender que aquella rueda, que aquel insano
bucle existía gracias a su honorable participación y que no habían hecho
más que, durante toda su vida, criticar y odiar su propia actividad
despojados por ellos mismos de la voluntad de detenerla. Ahora tenían
que sentarse frente a su hipocresía y observarla sin apartar la mirada,
reconociendo el óxido acumulado en sus absurdas opiniones. Ahora podían
sentir la certeza transparente de que el sistema habían sido siempre
ellos, cómplices de las conspiraciones, compradores de petróleo en dulce
connivencia con la guerra y, por supuesto, empedernidos demandantes de
alimentos procesados, orgullosos de sus cerebros de azúcar y plástico.
Ahora, llegado el momento de mirarse, se vieron buscando una esquina, una luz, un lugar donde pudieran perderse y no ser, no sentir. Se vieron rezando por una rutina, un quehacer, un destino. Se vieron sepultados bajo el peso de todas sus necesidades innecesarias y hubieron de aceptar que nunca fue tiempo lo que buscaban, que nunca fue tiempo lo que perdían, que eso era sólo una excusa para justificar ante el mundo su incapacidad de estar quietos, de estar solos, de dejar de hacer cosas, por el miedo irrefrenable a tener que encontrarse con ellos mismos.”
Ahora, llegado el momento de mirarse, se vieron buscando una esquina, una luz, un lugar donde pudieran perderse y no ser, no sentir. Se vieron rezando por una rutina, un quehacer, un destino. Se vieron sepultados bajo el peso de todas sus necesidades innecesarias y hubieron de aceptar que nunca fue tiempo lo que buscaban, que nunca fue tiempo lo que perdían, que eso era sólo una excusa para justificar ante el mundo su incapacidad de estar quietos, de estar solos, de dejar de hacer cosas, por el miedo irrefrenable a tener que encontrarse con ellos mismos.”
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