sábado, 14 de marzo de 2020

Reflexión número 1

“No se acordaban ya de lo que era el aburrimiento, desacostumbrados al peso de las paredes apretando sus cráneos. No recordaban ya la asfixia, la obligatoriedad de encontrarse en silencio y cara a cara con su propia ansiedad. Redujeron su vida a un puñado de inútiles estímulos y cuando aquellos se les negaron, cuando se les escaparon, cuando no hubo de pronto ni una fresca cerveza ni un mísero partido de fútbol, cuando no hubo de pronto ni una insípida conversación superficial, tuvieron que vérselas con su frenético pensamiento. Procuraron evitarlo con tímidos remedios, pero no existió forma de paliar su sentimiento de vacuidad. La soledad era demasiado aplastante, demasiado profunda, demasiado callada. La inactividad rompía perpendicularmente con la estructura mental que sostenía la creencia de que sus vidas tenían algún tipo de sentido. Y eso que innumerables veces se les llenó la boca de quejas, de críticas sobre la terrible maquinaria que suponía la rueda imparable de la producción y el consumo. Pero ahora empezaban a entender que aquella rueda, que aquel insano bucle existía gracias a su honorable participación y que no habían hecho más que, durante toda su vida, criticar y odiar su propia actividad despojados por ellos mismos de la voluntad de detenerla. Ahora tenían que sentarse frente a su hipocresía y observarla sin apartar la mirada, reconociendo el óxido acumulado en sus absurdas opiniones. Ahora podían sentir la certeza transparente de que el sistema habían sido siempre ellos, cómplices de las conspiraciones, compradores de petróleo en dulce connivencia con la guerra y, por supuesto, empedernidos demandantes de alimentos procesados, orgullosos de sus cerebros de azúcar y plástico.
Ahora, llegado el momento de mirarse, se vieron buscando una esquina, una luz, un lugar donde pudieran perderse y no ser, no sentir. Se vieron rezando por una rutina, un quehacer, un destino. Se vieron sepultados bajo el peso de todas sus necesidades innecesarias y hubieron de aceptar que nunca fue tiempo lo que buscaban, que nunca fue tiempo lo que perdían, que eso era sólo una excusa para justificar ante el mundo su incapacidad de estar quietos, de estar solos, de dejar de hacer cosas, por el miedo irrefrenable a tener que encontrarse con ellos mismos.”

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