viernes, 13 de diciembre de 2019

Píxeles

Cada letra que embarca en este rectángulo blanco es una insípida composición de píxeles, una mentira automática que engendra una verdad sistémica. Cada letra es un sonido en la mente, un sonido insignificante y exclusivo. Del caos, de la inverosimilitud inequívocamente inevitable, nace la palabra, y la palabra está sola y sólo si la mira el cerebro adiestrado, fruto de los milenios fugaces, puede entreverse algo que evoca, pero que no es en sí misma. Y no siempre evoca lo mismo para todo individuo, pero hemos llegado al consenso de que está bien engañarse ligeramente para creer que nos entendemos, es la única manera de entendernos.
De la palabra se deriva la oración, y si había quizás quienes sentían la palabra de un mismo modo, ni por asomo puede haber ya quienes entiendan la oración de igual forma. En la oración no existe significado, en la oración no hay nada, es un garabato en el rectángulo blanco, una concatenación de sonidos en la mente, es la unión de ruidos diminutos que se estiran en su tiempo particular, en su ínfima existencia. Lo que tenemos es una aparentemente férrea estructura consolidada que relaciona lo conocido con lo desconocido, lo experimentado con lo imaginado, y desde ahí ofrecemos una especie de común sentido a la oración, a la palabra, a la letra. Pero regresa a ser de nuevo una preciosa mentira, un sistema virtual, un instinto de supervivencia, algo así como respirar, pero sin respirar, únicamente imaginando que se respira, y consiguiendo en esa fantasía, en ese delirio... que mágicamente el oxígeno llegue a los pulmones, que insólitamente los píxeles se adhieran al espíritu, que drásticamente seamos simples emociones.

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