miércoles, 17 de octubre de 2018

La apariencia del odio

La apariencia de fuerza que desata el odio en los espíritus débiles suele llegar con mayor intensidad que la información verídica. Cegados por la apetencia brutal de que “los otros” sufran, muchos seres humanos rechazan las evidencias y esperan cómodos a observar como las cabezas ruedan para posteriormente sacudirse los hombros y desprenderse de ese vago sentimiento de culpabilidad en el que nunca indagaron.
Los esfuerzos de la lógica por establecerse en la mentalidad colectiva con el fin de prescindir de ciertas decisiones que siempre han llevado al sufrimiento, son completamente vanos. El individuo construido a través de la inquina acierta a entender el dolor ajeno y la venganza como las únicas expresiones humanas que traen sentimientos sublimes.
Para transformar esa fragilidad, para demostrar que existe un mundo desmesurado de paz interna que dista notoriamente de aquellos sentimientos de animadversión, debemos ofrecer y ofrecernos certeros golpes de cariño y constante ternura. Es la única manera de ver con claridad la verdadera esencia que nos constituye, esencia que una vez reconocida nos invita insistente a prescindir de toda la vanidad que hemos cultivado. De poco o nada sirven la queja y los discursos grandilocuentes cuando no despertamos la infinitud incomparable del ser que escondemos bajo la oxidada llave de la superficialidad.

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