En sus discursos hablan de flores
que jamás han regado, exigen al destino lo que no han sido capaces de crear por
sí mismos. En sus filas se mueven almas podridas que se perfuman y se esconden
tras una piel de luces y falacias, nos invitan a sus desfiles porque sus
gargantas gritan esperanza y utopía, pero detrás de sus consignas viven
demonios acurrucados esperando el momento de atacar. Dicen imaginar un mundo
nuevo, pero sus propias casas son pozos de miseria, tratan de ocultarlo, pero
sus ojos aún lo reflejan.
Érase una hormiga alada que quería
ser abeja. Cerca de su hormiguero había un gran panal. Ella había oído que las
abejas dedicaban su vida a recoger el néctar de las flores y convertirlo en
miel, que tenían una gran mamá y que bailaban para hablar entre ellas. Todo
esto le fascinaba a la hormiguita, así que le preguntó a las abejas si les
importaría aceptarla en su panal como a una abeja más. Las abejas accedieron de
muy buena gana, ya que, según sus propias palabras, todo ser vivo tenía hueco
entre las abejas si así lo deseaba, en el panal no se rechazaba a nadie.
La hormiguita se puso muy
contenta, pero su felicidad no duró mucho tiempo, pues cuando llevaba varios
días viviendo en el panal se dio cuenta de que nada era como ella había
imaginado. Estas abejas no recogían néctar, no producían miel ni hacían nada de
lo que ella suponía que debían hacer las abejas, así pues, pidió explicaciones.
Le dijeron que no podían ser como las demás abejas porque las demás abejas se
lo impedían y que se encontraban siempre en tensión con el resto de los
panales.
Al cabo de algunos meses, la
hormiguita se percató de que todas las abejas de la zona eran iguales y de que
todas decían lo mismo que las de su panal, así que pensó que ser abeja no era
como ella había imaginado y decidió marcharse y buscar a otros insectos que
fueran realmente como ella creía que debían ser. Pero fueran los insectos que
fuesen, siempre ocurría lo mismo, sus comportamientos no eran como se supone
que habían de ser.
La hormiguita frustrada se subió
a una roca y observó que empezaba a llover. Pudo ver como las gotas caían sobre
los insectos del valle y quedó sorprendida cuando se percató de que las abejas
comenzaban a perder sus rayas amarillas. Resulta que todas eran hormigas aladas
que habían querido ser abejas y se habían pintado para parecerse a ellas.
También ocurrió lo mismo con los demás insectos, todos perdieron sus falsas
identidades bajo la lluvia, ningún insecto era finalmente el que había
aparentado ser. Sólo la hormiguita, sobre aquella dura roca, permanecía con su
negro color, siendo lo que era, una hormiga y nada más.
Cesó la lluvia y todos los
insectos volvieron a maquillarse para parecer otro insecto. Entonces la
hormiguita lo comprendió todo, sintió un poco de pena, pero vivió feliz.
Ellos son como las falsas abejas
y su mayor enemigo son ellos mismos, ellos nos intentan arrastrar hacia su
propia mentira y, cuando pasa demasiado tiempo sin llover, a veces nos
convencen, pero debemos aprender a mirar siempre por debajo de las capas de
pintura, de hecho, debemos aprender a mirar primero debajo de nuestras propias
capas de pintura para saber quienes somos realmente.
Son su peor enemigo y
somos nuestro peor enemigo. Después de la lluvia, cuando te descubras, resiste
la tentación de volver a odiarte, pues sólo así obtendrás paz.
Salud Sergio buen escrito
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