viernes, 14 de marzo de 2014

Palabras al día XII: Cuerpo de mi cuerpo (14/03/2014)

Condenados al tiempo, ansiamos que pase. Porque amo te amo, te amé cuando no sabía amar y ahora que sé lo que es amar y amo a todas las cosas, te amo como a todo lo demás y también como a nada más de lo que existe. Me siento a recordar los serpenteantes ríos que nacen en tu cabeza, la quebrada que configura tu cuerpo, el otoño permanente de tus ojos, la sierra que se alza lejos del lago de tu ombligo, el bosque en el cañón profundo en que navego y el sonido de las olas que despide la caverna de tu boca, meta para el alma en esta noche.
Comienzo mi viaje desde el pulgar de tu pie izquierdo, he preferido omitir el relato de la escalada por la planta para no abusar del tiempo que tenemos. Las vistas son impresionantes, desde aquí puedo ver el final del camino y todos los obstáculos, placeres y dulzores que me esperan. Me deslizo como un niño, me tropiezo y voy rodando hasta el principio de tu pierna donde nacen arbolillos a lo ancho y largo del camino sin una distribución aparentemente regular. Bajo la sombra de uno de esos árboles me tomo un descanso y miro a mi alrededor. La brújula me lleva hacia delante, pero ha habido algún momento en el que me he despistado y ahora no sé bien donde me encuentro, es una zona abombada en el terreno, bastante suave y elástica, aquí huele a fresa silvestre y es un buen sitio para dormir la siesta. Pero debo regresar a donde estaba si no quiero perderme, así que deshago el camino y continúo hacia donde la brújula me indica.
Un cerro se levanta ante mis ojos, quiero saber qué se observa desde arriba. Ando cerca del final de la mitad del viaje y bajo a deleitarme en la guarida donde acaban los problemas. Aquí ya nada tiene la importancia que tenía, uno se olvida por completo del mundo y de sí mismo, aquí sólo se viene a sentir, a dejarse llevar y a liberar una explosión de sensaciones, de lo contrario, la guarida permanece invisible, cerrada y prohibida.
Cuando salgo de allí me siento muy cansado, pero consigo llegar hasta el pozo de la vida, adonde llegó antaño la energía para que creciera el mundo, adonde se unía el universo con nuestros cuerpos incipientes. En ese lugar me duermo de nuevo, durante varias horas y sueño con el fin de mi camino, con el aliento que emana de la cúspide de todos mis deseos. La pasión me despierta y subo como puedo hasta tu estómago inquieto. A lo lejos ensombrece mi camino el pronunciado relieve de tu pecho donde, cuando llego, dejo rodar mi cuerpo hasta la extenuación, jugando cual delfín entre las olas de tus mares.
Ahora la senda se hace estrecha y peligrosa, pero puedo agarrarme pronto al saliente que diviso. En él me cuelgo, y en un impulso aparezco en el hueco que se forma entre tu boca y tu barbilla. Me siento a escuchar el viento que expulsa tu organismo, quedo extasiado ante tus labios eternos y, finalmente, me tragas, das por terminada mi peregrinación. Pero ahora empieza otro camino amada Gea, el camino que recorre tus entrañas: un camino que recorreré otro día.

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