Ha salido el sol, espléndido y
radiante. Rebota en las blancas paredes de yeso. Los niños gritan en el patio
de la escuela y en las casas de la gente jubilada huele a comida recién hecha.
También se han dado cuenta los pájaros, que revolotean entre los árboles de flores
rosadas. Algo disonante es la reunión de alcohólicos en el banco carcomido del
parque, pero aún así se les ve hoy un poco más contentos, aunque igual de
impertinentes. Y yo, en paro y feliz, doy vueltas por el barrio pensando en
nosotros.
Es interesante observar como han
desaparecido la mayoría de las panaderías porque ahora la gente prefiere
comprar el pan en las tiendas de autoservicio que llevan las personas de
procedencia asiática. Tampoco hay casi ya mercados a pie de calle, esos mercados
donde iba todo el mundo a charlar, donde primaban a veces más las relaciones
humanas que la compraventa. Las grandes multinacionales han cambiado incluso la
manera de vivir de multitud de personas.
Es increíble ver que no hay
apenas niños en las calles, a las cinco de la tarde bajo un sol
maravillosamente gordo, no hay niños en las calles, están metidos en sus casas
jugando a cualquier videojuego absurdo. Estuve hace poco en la ciudad de Ávila
y me encantó observar que allí todavía hay niños jugando, haciéndose sus
correspondientes heridas en las rodillas, símbolo indiscutible de que se está
vivo, símbolo por excelencia de que se es un niño en toda magnitud. Además,
jugaban en una plaza muy concurrida, frente a una de las puertas más famosas de
la muralla, el noventa por ciento de las personas que había en esa plaza eran
niños, y saltaban, reían, discutían, se peleaban, se caían, se perseguían… ¡Qué
pena que hoy, en esta ciudad, bajo este sol imponente, no haya apenas niños
como aquellos abulenses! ¡Qué pena este trastorno colectivo, esta ausencia de
entusiasmo!
A pesar de todo, yo no soy de
esas personas que se fijan más en la mancha del vestido blanco que en el
vestido. Tener una visión crítica del mundo que nos rodea no es sinónimo de
despreciar todo cuanto existe, de hecho, cuando salgo a la calle en un día como
el de hoy, miro antes la hermosura de lo que se me presenta que la fealdad de
algunos detalles y pienso que así habría de ser siempre ante cualquier aspecto
de la vida.
Claro que me duele el alquitrán de las carreteras, el hormigón de los muros de los edificios, el humo de los autobuses, la soledad de los ancianos en la residencia, el ruido del claxon y del semáforo en verde. Me molesta que el suelo esté plagado de adoquines en vez de ser una manta suave de tierra y hierba, me agobian las aceras y las personas con prisa, me perturba el minúsculo cerco del árbol urbano. Pero cuando veo esa grieta en expansión, ese abombamiento del suelo en el paso de cebra, cuando veo a la hiedra escalando por los ladrillos de los bloques de los pisos y en las ventanas las macetas florecientes de nuestras abuelas, cuando veo a la lluvia llegar arrasando el hollín, cuando veo a la nieta abrazar al escuálido hombre que llevaba una semana esperándola, cuando oigo el ladrar de los canes felices, cuando veo salir de entre las losas un pequeño matojo rebelde y observo el plátano de sombra tan crecido a pesar del indignante cerco en el que vive… perdonadme, pero tengo que sonreír.
Claro que me duele el alquitrán de las carreteras, el hormigón de los muros de los edificios, el humo de los autobuses, la soledad de los ancianos en la residencia, el ruido del claxon y del semáforo en verde. Me molesta que el suelo esté plagado de adoquines en vez de ser una manta suave de tierra y hierba, me agobian las aceras y las personas con prisa, me perturba el minúsculo cerco del árbol urbano. Pero cuando veo esa grieta en expansión, ese abombamiento del suelo en el paso de cebra, cuando veo a la hiedra escalando por los ladrillos de los bloques de los pisos y en las ventanas las macetas florecientes de nuestras abuelas, cuando veo a la lluvia llegar arrasando el hollín, cuando veo a la nieta abrazar al escuálido hombre que llevaba una semana esperándola, cuando oigo el ladrar de los canes felices, cuando veo salir de entre las losas un pequeño matojo rebelde y observo el plátano de sombra tan crecido a pesar del indignante cerco en el que vive… perdonadme, pero tengo que sonreír.
Preciosa reflexión. ¡Qué agradable es sonreír simplemente porque hoy el sol nos sonríe a nosotros!
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