Él sonreía ante
la muchedumbre, parecía gustarle todo aquello, se lo tomaba a broma. Se metía
entre la gente y gritaba una consigna; todos la repetían, esperaba a que
pasasen algunos minutos y gritaba otra consigna totalmente contradictoria con
la anterior, pero entiéndase que no se trataba de una contradicción del todo
obvia, sino que era de aquellas contradicciones que sólo se aciertan a
reconocer después de razonarlas durante algún instante. A pesar de todo, la
muchedumbre repetía lo que él decía sin pensar en nada, como si el hecho de
protestar no necesitase de causas ni de lógica.
Una noche de las
más agitadas, decidimos ir a mezclarnos de nuevo con la masa colérica y él,
antes de salir, abrió el cajón donde había escondido la idea que me dictó aquel
día. La guardó en su bolsillo y partimos.
Vimos, entre la
multitud, a ella, de la mano de un tipo alto y extraño que portaba una pancarta
absurda, cuya consigna no recuerdo. Yo me entristecí. Él comenzó a reír a
carcajadas y corrimos sin descanso por las calles empantanadas de personas como
si nos persiguiese la peor de todas nuestras pesadillas.
Ahora, él
llevaba el papel con la idea encerrada en su puño, y en la mano derecha, para
mi sorpresa, portaba un spray de pintura negra.
Primero, en una
de las plazas más amplias de la ciudad, donde más podía observarse, en donde
desde cualquier punto de la plaza podía ser visible, comenzó a escribir en
letras mayúsculas lo que aquel papel arrugado contenía. Yo le miraba extasiado
y no pude prestar atención a la idea, ya que no cesaba mi anonadamiento por lo
peculiar e insólita que me parecía tal acción en su persona.
Fuimos de plaza
en plaza escribiendo la idea en las zonas más visibles, arriesgando muchas
veces la vida desde alturas poco recomendables y, en la última plaza donde
escribimos, una vez que nos unimos a la gran masa para evitar nuestra
identificación, se hizo un silencio absoluto, y seguidamente en toda la ciudad,
pues la multitud parecía haber leído la idea y estaba razonándola,
asimilándola, entendiéndola… La idea era un todo; una crítica y una
autocrítica; una contradicción y una congruencia perfecta; una lógica y el caos
más absoluto; la idea era una respuesta y era
a la vez un montón de nuevas preguntas para la humanidad. La multitud
gritó de nuevo, muchos lloraron también y el ambiente se torno muy distinto a
como había sido los días anteriores.
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