lunes, 25 de diciembre de 2017

Cosmos

Desde la creación de la nada y el todo, cuando el fuego de la poesía calcinó los muros de la muerte, nuestras almas comenzaron a fraguarse y danzaron efímeras en el caos indómito del cosmos recién nacido. Las primeras estrellas parieron su luz, así como abrimos los ojos por primera vez. La inteligencia hacedora moraba en cada uno de los objetos, en cada uno de los sucesos, en cada circunstancia existente. Y en un punto inerte del vasto océano de nuestra dimensión, apareció de nuevo el fuego de la poesía, el acto de sentir, que comenzó a girar, a danzar alrededor de la luz sagrada. De la muerte surgió la vida, y de la vida se dio la muerte, y así se edificó la realidad en armonía perfecta hasta el día en que quisimos pensar que las coincidencias nos reunieron ¿Las coincidencias? ¿Hijas también del fuego, la imaginación y la metáfora? No, jamás hubo coincidencias. Tú fuiste de aquellas almas que surcaban el caos, yo fui la estela que rasgaba el cosmos, ya conocíamos el camino. Únicamente estábamos jugando a reencontrarnos, esperando a amarnos dando uso de estas estructuras maravillosas que denominamos cuerpos.

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