Necesito en algunos momentos
olvidarme de todo, sentir solamente que soy una mota de polvo y cortar la
corriente que gesta mi pensamiento. Necesito sentir en algunos momentos que la
tierra es simplemente una anécdota nimia que pasa desapercibida ante la
magnitud de la galaxia en que habita y necesito, también en algunos momentos,
sentir que mi tiempo no es apenas tiempo para el tiempo de este planeta y aún
menos ante la edad incalculable del universo. Lo necesito para abandonar la
importancia que le doy a cada minuto absurdo que se adhiere a mi vida de vez en
cuando, a cada dilema irrelevante que se presenta en aquello que llaman
destino, porque así descanso y parece que dejara de existir, que dejara de ser.
Pero no es así, pues sigo
pensando y encuentro que el tiempo es un concepto meramente humano, que la
longitud de los segundos es variable, así como la distancia. Lo que parece
grande puede ser a la vez pequeño y lo pequeño puede ser lo más grande. Cualquier
cálculo está finalmente sometido al caos, así que no podemos calcular la
importancia de nuestra vida conforme a la longitud o a la duración que tiene en
el tiempo ni, por supuesto, según el tamaño de nuestro cuerpo respecto al
tamaño inimaginable de una masa infinita. No podemos calcular la importancia
porque la importancia es también un concepto humano. Lo único que termino
percibiendo es que soy uno con todo, que mi tiempo no se separa del tiempo, que
mi tamaño forma parte de la masa que constituye la inmensidad y que las cosas
importan sólo cuando las considero importantes, cuando todos las consideramos
importantes, su importancia persiste gracias al engaño que nos hacemos a
nosotros mismos. Quizá forme parte del instinto de supervivencia.
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