martes, 22 de septiembre de 2015

El panfleto

¡Lancé mis panfletos al suelo! Pensé que nadie haría caso a un tarado. En aquella época tenía muy poca paciencia. Cuando comprobé que nadie aceptaba mis papeluchos, me rendí y me largué.
No me di cuenta, pero alguien debió recoger alguno de esos panfletos del suelo, quizá varias personas lo hicieran, no lo sé. Yo simplemente regresé a mi casa y en el camino de regreso me fui desprendiendo de la esperanza, sacudí mis mangas y, como el polvo, volaron todas mis ilusiones, me quité la gorra y se derramaron todas mis ideas, dejé mis zapatos en el armario y allí se quedaron también todas mis inquietudes.
Luego nos conocimos y, al mismo tiempo, aquel panfleto estaba llegando a las manos de algún pez gordo, yo nunca lo supe. Mis tardes buscaban el crepúsculo en tu pelo y, parece ser que, aquel pez gordo buscaba a la vez al chiflado que escribió el panfleto. Pero mi atención, mi mirada, mi olfato… habían sucumbido al encanto de tu boca y tus palabras.
Yo nunca lo supe, pero hubo muchas cabezas de turco. Mientras flotaba plácidamente en la nube de tu vientre, también flotaban las verdades de aquel panfleto sobre los gritos de una muchedumbre que exigía libertad. Mientras dormía en tu sonrisa y despertaba con el vaivén de tus piernas de seda, aquel papel arrugado no dormía y ya había traducciones en mil lenguas diferentes, y la idea de justicia que reflejaba, era ahora una exigencia de la gente en los cinco continentes del planeta.
Yo nunca lo supe, sólo me hundía en el cuenco delicado de tus manos y renacía con las sutiles llamas de tu inteligencia. Y a la vez, dicen que cayeron los gobiernos, explotaron los himnos nacionales y quedaron esparcidos sus pentagramas, derramando sangre negra con olor a petróleo.
Y cuando noté mi corazón salir del pecho ante tu imagen, ante esa luz que dominaba mis sentidos, cuando tu rostro despertó junto a mis días en la almohada, llegó por casualidad volando, entrando por mi ventana, uno de aquellos panfletos que un día arrojé al suelo de la calle. Lo leí, me reí de mi ingenuidad, te abracé, te dejé leerlo, te hablé de cuando tiré cientos al suelo, y mientras reíamos juntos, las mujeres y los hombres de la tierra eran libres y eran iguales. Pero eso yo nunca lo supe.

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