¡Lancé mis panfletos al suelo!
Pensé que nadie haría caso a un tarado. En aquella época tenía muy poca
paciencia. Cuando comprobé que nadie aceptaba mis papeluchos, me rendí y me
largué.
No me di cuenta, pero alguien
debió recoger alguno de esos panfletos del suelo, quizá varias personas lo
hicieran, no lo sé. Yo simplemente regresé a mi casa y en el camino de regreso
me fui desprendiendo de la esperanza, sacudí mis mangas y, como el polvo,
volaron todas mis ilusiones, me quité la gorra y se derramaron todas mis ideas,
dejé mis zapatos en el armario y allí se quedaron también todas mis
inquietudes.
Luego nos conocimos y, al mismo
tiempo, aquel panfleto estaba llegando a las manos de algún pez gordo, yo nunca
lo supe. Mis tardes buscaban el crepúsculo en tu pelo y, parece ser que, aquel
pez gordo buscaba a la vez al chiflado que escribió el panfleto. Pero mi
atención, mi mirada, mi olfato… habían sucumbido al encanto de tu boca y tus
palabras.
Yo nunca lo supe, pero hubo
muchas cabezas de turco. Mientras flotaba plácidamente en la nube de tu
vientre, también flotaban las verdades de aquel panfleto sobre los gritos de
una muchedumbre que exigía libertad. Mientras dormía en tu sonrisa y despertaba
con el vaivén de tus piernas de seda, aquel papel arrugado no dormía y ya había
traducciones en mil lenguas diferentes, y la idea de justicia que reflejaba,
era ahora una exigencia de la gente en los cinco continentes del planeta.
Yo nunca lo supe, sólo me hundía
en el cuenco delicado de tus manos y renacía con las sutiles llamas de tu
inteligencia. Y a la vez, dicen que cayeron los gobiernos, explotaron los himnos
nacionales y quedaron esparcidos sus pentagramas, derramando sangre negra con
olor a petróleo.
Y cuando noté mi corazón salir
del pecho ante tu imagen, ante esa luz que dominaba mis sentidos, cuando tu
rostro despertó junto a mis días en la almohada, llegó por casualidad volando,
entrando por mi ventana, uno de aquellos panfletos que un día arrojé al suelo
de la calle. Lo leí, me reí de mi ingenuidad, te abracé, te dejé leerlo, te hablé
de cuando tiré cientos al suelo, y mientras reíamos juntos, las mujeres y los
hombres de la tierra eran libres y eran iguales. Pero eso yo nunca lo supe.
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