Érase una vez un tipo que quería
ser independiente, así que al nacer no le gustó nada aquello de tener que mamar
de la teta de su madre y reivindicó un biberón. Cuando obtuvo su biberón
continuó sintiendo fuertes anhelos de independencia, dejó de llamar a sus
padres después de ir al baño y aprendió a terminar la faena sin ayuda de nadie,
a veces con desastrosas consecuencias. Al año de edad ya se vestía sólo, se
duchaba, paseaba al perro, sabía poner la lavadora y hacía un café italiano con
espumita para chuparse los dedos.
A pesar de todos sus avances, el
tipo seguía sintiéndose atado, exigía más independencia. A los dos añitos
comunicó a sus padres su ferviente deseo de abandonar el hogar. Era un tipo
independiente, no necesitaba la autorización de nadie, únicamente lo comunicó
por cortesía, aunque luego eso le llevó a pensar que era demasiado dependiente
de la cortesía y “de ese tipo de tonterías que someten a la gente”, así que
dejó de ser cortés.
Luego consiguió un empleo, pensó
que con sus tres añitos ya era buen momento para conseguir cierta independencia
económica. Estuvo tres meses trabajando de reponedor en una cadena de
supermercados. No tardó en sentirse demasiado dependiente de su empleo, así que
decidió crear su propia empresa. A los cuatro añitos de edad aquel tipo era el
principal proveedor a nivel mundial de calcetines con puntitos de goma en la
suela, de esos que permiten ir como descalzo pero sin congelarse los pies.
Más tarde, acercándose al quinto
año de su intensa existencia, creó un partido político. Sintió la necesidad de
independizarse de las imposiciones económicas de hacienda, comenzó a idear un
plan para independizarse del Estado creando un país nuevo, con su propia moneda
y sus propias leyes económicas. Mucha gente pensó que el tipo estaba loco, pero
al cabo de unos poquitos meses contaba ya con su propio territorio
independiente y un capital incalculable.
A partir de este momento, al
verse con tantas posesiones, le invadió una sensación extraña. Intento dejarse
crecer la barba, pero a su edad no había posibilidad, se sintió terriblemente
dependiente de la “imberbedad”, así que decidió pintarse una. Luego dejó que
creciera su cabello y cambió sus elegantes trajes por sucios harapos que
recogía de los vertederos. Comenzó a sentirse demasiado dependiente de todo lo
que poseía, así que decidió marcharse y abandonar su país, su dinero, su
empresa y todo lo que había conseguido, ya que, según su nuevo planteamiento, ahora
todas aquellas cosas le ataban.
A la edad de seis años, el tipo
no tenía prácticamente nada, se pasaba las horas con las piernas cruzadas
mendigando comida. Mendigar le hacía sentirse dependiente de la comida, por lo
que tomó la decisión de ayunar. Luego se percató de que era demasiado
dependiente del oxígeno, también de la luz del sol e incluso dependiente de su
propio cuerpo ¡Para hacer cualquier cosa necesitaba su cuerpo!
El tipo colapsó, se echó a llorar
y comprendió que debía rendirse, jamás llegaría a cumplir su sueño de ser
completamente independiente.
Otro tipo que pasaba por ahí
mamando plácidamente de la teta de su madre quiso preguntarle a nuestro afligido
amigo por su dolencia, nuestro afligido amigo le dijo de mala gana… “No quiero
acabar como tú, dependiendo de la leche de una teta”, a lo que el otro replicó…
“La teta no daba leche hasta que yo aparecí, yo dependo de la leche como la
leche de mí”.
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