viernes, 24 de noviembre de 2017

¡Viva el odio!

Yo generalizo.
Tú generalizas.
(Y el resto de la conjugación)
Generalizar es divertido,
sirve para desear la muerte de muchas personas a la vez,
o incluso para ponerla en práctica.
También sirve para discriminar.
Nos hace la vida más fácil.
No hay que pensar tanto ni profundizar a la hora de conocer a otras personas.
Yo, como cada cual, estoy en la lista de espera de varias cámaras de gas.
Entraré en aquella en la que más prisa tengan por meterme,
y en las demás tendrán que conformarse con que, al menos, ya he muerto.
Todas las etiquetas con las que me identifican
han sido colocadas sobre mí sin mi consentimiento,
y a veces (por no decir siempre) se refieren a cuestiones biológicas
sobre las que no he tenido ningún tipo de elección.
Pero aún así debo rendir pleitesía.
Debe ser que le pedí a Dios que me hiciera como soy,
debe ser que yo sabía que ser como soy es “mejor”,
y antes de nacer debí rogarlo, aunque ahora no lo recuerde.
A veces miro al cielo para ver si viene ya ese meteorito,
el de los dinosaurios,
porque a veces generalizo
y creo que todos los humanos damos asco,
y que antes de nacer elegimos ser humanos
porque sabíamos que molaba más que ser una vaca (por ejemplo),
así que le pedimos a Dios que nos pariera una hembra humana,
y Dios nos concedió el deseo.
Casi todos los humanos comen vacas y llevan milenios haciéndolo.
Si las vacas fuesen humanos, exigirían respeto. Pero las vacas no hablan.
Y creo que las vacas no generalizan,
pero puede que sueñen con meteoritos,
con pequeñas piedras que caen,
a gran velocidad,
únicamente sobre cabezas humanas.
Al meteorito no le importa que tú no comas vacas,
tú eres un humano
y por pertenecer a la especie humana
se te hace responsable del exterminio pertrechado por tus semejantes.
Sí, así son las cosas ¡Viva el odio!

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