Despierto, todo sigue igual, sigo
en la misma habitación de siempre con la persiana bajada, la bola de ropa sobre
la silla y los trastos inútiles sobre el escritorio. Mientras voy recordando
quien soy, me acerco a la cocina y preparo un par de tostadas. Ya recuerdo mi
nombre, sé a quien hecho de menos y lo que me había propuesto hacer hoy. A
pesar de llevar puestas unas zapatillas de algodón, tengo frío en los pies
porque no me he puesto calcetines, estoy demasiado acostumbrado a llevar calcetines.
Al lado de la lavadora hay una pila de ropa interior seca, rebusco para ver si
encuentro una pareja de calcetines que sean iguales, pero no hay suerte y tengo
que ponerme un calcetín rojo en el pie derecho y otro verde en el pie izquierdo.
El calcetín rojo tiene un agujero en la punta donde se acomoda el dedo pulgar,
pero no me importa demasiado, además, sé que en cierto modo es mi culpa por
tardar siempre demasiado tiempo en cortarme las uñas
Ahora ya me siento tranquilo, las
tostadas han salido perfectas. Un poquito de aceite de oliva y una pizca de
sal. Ojalá este momento no acabara nunca. Voy pegando pequeños mordiscos y
delicados sorbos a la vida. Te llamaría para que vinieras a compartir este
instante conmigo, pero estás trabajando, todas las mañanas trabajas. Pienso que,
cuando llegues, te llamaré para que hagamos algo juntos, un paseo, tomar algo,
no sé, pero será precioso, seguro que lo será.
He acabado con el desayuno, ahora
que estoy más despierto no tengo inconveniente alguno en levantar la persiana y
descubrir si hace un día soleado o sombrío. Hay sol y entra por mi ventana,
tengo mucha suerte de que el sol entre por mi ventana, la mayoría de los
hogares de mis amigos carecen de contacto directo con el sol. Aunque, he de
decir que no dura demasiado, desde mi ventana no veo la salida del sol ni
cuando se ausenta, está ahí delante unas pocas horas y luego desaparece detrás
de los edificios. Cuando necesito sus rayos no me quedo en casa, salgo a la
calle y busco un lugar elevado para absorber su luz.
Me llevo una infusión de jengibre
bien caliente y me siento frente al ordenador. Pongo un poco de música y me
dejo llevar, dejo que condicione mi estado de ánimo. Escribo lentamente,
imagino que soy ciego y que tengo que dictar a alguien lo que quiero relatar. Escucho
a mi cabeza y después pulso las teclas que forman las palabras que me pide,
esas palabras conforman frases que a la vez son imágenes silenciosas y furtivas.
Cuando acabo con los párrafos, leo tranquilamente para que mi cabeza dé el
visto bueno, a veces trata de obligarme a cambiar algunas cosas, pero yo no la
suelo hacer demasiado caso.
La mañana llega a su fin o eso es
lo que el hambre que siento me incita a pensar. Que la mañana se acabe quiere
decir también que ya te queda menos para llegar a casa. Quizás no pueda
regresar al pasado, aquellas tostadas se consumieron a la par que se consumía
el ambiente particular de aquel momento, pero confío en que la magia de la vida
siga envolviéndome hasta que mi cuerpo pierda la energía y sirva para alimentar
la existencia de este mundo maravilloso.
mientras te leía, he posido verte!
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