Una vez aprendí que no se podía ser siempre el primer plato, que quizá
hubiese días en que no existiera para nadie y que no me llamasen, que no
me avisaran para tomar el café y hablar de tonterías.
Una vez
aprendí que no podía ser el líder en todas las situaciones, en todos los
contextos, y que los reyes pierden la cabeza porque no saben gobernarse
a sí mismos.
Una vez aprendí que no podía ser la fantasía constante de quien amara mi cuerpo, aprendí a desengañarme y a aceptar
que mi importancia se esconde de vez en cuando en la mente de los otros
y que sólo el interés regala algún atisbo de recuerdo del valor que a
veces tengo.
Aprendí que mi precio puede ser tan alto como la
profundidad inmensa del desprecio que me asigno. Aprendí que no soy
importante, y que por eso tengo un poco más de sentido que las cosas que
le importan a la gente.
Aprendí todas estas cosas cuando lloraba,
alguna de ellas también cuando reía y otras cuando no pensaba en nada,
pero muchas veces se me olvida, se me olvidan todas estas cosas y parece
que nunca las hube aprendido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario