Hay un lugar que está fuera de
nuestra imaginación, en ese lugar los problemas no tienen sentido, lo único que
se sufre a veces es tristeza, honda y profunda como el océano, pero no se sufre
como un problema, sólo se siente que está ahí y a veces se materializa en lágrimas,
aunque no son de esas lágrimas que desfiguran el rostro, no provienen de un
llanto de los que provocan ridículas muecas. En ese lugar la expresión humana
es fría y desentendida, pero casi nunca hay humanos por allí, es uno de los
pocos lugares que los humanos no han creado, ya que no proviene de su imaginación,
aunque tarde o temprano toda persona pasará por allí, quizás durante su vida o,
como viene siendo más común, en el momento de su muerte.
Ya no creemos en nada, nos han
intentado explicar racionalmente cuatro palos del cosmos que nos rodea y por
ello pensamos que ya todo es explicable e incluso entendible. Cuando alguien
habla utilizando una jerga mística fuera de lo convencional en nuestra nube “occidentaloide”,
cerramos los oídos y sonreímos por dentro con ese asqueroso complejo de
superioridad que nos caracteriza.
En la nada se escucha la cuerda más
grave del cello frotada al aire y uno puede viajar acunado en ese sonido imperecedero
y observar las cosas que nunca habría visto en el ridículo videojuego de su día
a día.
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